23 diciembre 2007

LA PRODUCCION CONSTRUYE LA NACION

Como señalábamos en nuestra anterior publicación, el consumo se ha convertido en el “leiv motiv” de la política económica y su movimientos presentes y futuros son motivo de estudios, proyecciones de todo tipo en el gradiente de la seriedad, y a nadie le im­porta la composición de ese consumo, ni siquiera importa la estructura de ese con­sumo, ni tampoco hay tiempo para evaluar la composición del mismo. Lo que importa es consumir, todo lo que se pueda, ahora.

Esa premura que como señalamos ignora el orden de la lógica capitalista, también ig­nora el impacto que ese consumo acrítico tiene sobre el mercado nacional, enten­diendo por éste no sólo como una categoría económica, sino fundamentalmente como una institución histórica, en la que las actividades productivas contribuyen a la cons­trucción de elementos nacionales de unidad cultural y política.

La producción es inmediatamente consumo y éste, sólo se sustenta si, también de modo inmediato se transforma y da impulso a la producción. Uno construye, el otro destruye. Pero el orden lógico es imprescindible.

Primero se debe producir, es decir, dar forma concreta, objetiva no sólo a los valores económicos, sino que también al cúmulo de relaciones sociales que emergen como resultados de la acción productiva y que conforman, como señalamos, la unidad histó­rica de una Nación, cuyos aspectos culturales, políticos, tecnológicos son partes que coagulan en los objetos producidos.

Ignorar éstas cuestiones y sostener que la resolución de la crisis más profunda de la historia argentina tiene como indicador de su resolución los exorbitantes y arbitrarios crecimientos que se verifican en el consumo de determinados, y minoritarios, sectores sociales, es cuanto menos una falacia.

Con casi el 50% de los trabajadores en “negro”, es decir con sus derechos básicos ne­gados, con más de 5 millones de conciudadanos en la más absoluta marginalidad, con millones de jóvenes sin futuro y en una peligrosa situación de riesgo, ¿quién puede admitir que las cifras de crecimiento del consumo significan un verdadero indicador del fin de las penurias?

Adicionalmente, cuando observamos que el consumo sólo se sustenta, entre quienes están en mejores condiciones, es decir que disponen de un empelo formal, en más en­deudamiento, a tasas y condiciones que escapan a cualquier medida lógica de rentabi­lidad bancaria, volvemos a señalar la falacia de esos argumentos.

Simultáneamente, si el consumo es indiferente al origen, es decir, si la producción que se destruye en el consumo implica una verdadera “exportación” de señales a otros sis­temas productivos para reponer lo destruido en lugar de promoverlo en el propio, el re­sultado es, podríamos decir, obvio.

Como señalamos, la producción es no sólo producción de objetos, de bienes y servi­cios. La producción es el momento social donde las relaciones sociales cobran intensi­dad, sentido y dirección. Cuando ésta no recibe señales claras la desarticulación y desorganización social son las consecuencias. En sustitución, cuando se alienta el mero consumo acrítico, como ya señalamos en nuestra publicación anterior, se alienta el individualismo, el hedonismo, el “sálvese quién pueda y como pueda”.

Por eso, cuando desde los espacios culturales, desde la ciencia, desde la producción de valores y símbolos que hacen a la construcción de la Nación se denuncia la falta de políticas, la indiferencia y el abandono de esos espacios y ámbitos de creación de sig­nificados, señalamos que no es casualidad, sino la inmediata consecuencia de no pre­star adecuada atención a la producción como momento fundacional y estructurador no sólo de más y mejores empleos, de más y mejores bienes y servicios, sino de la es­tructura fundamental de una Nación.

Sin “mercado nacional”, del cual el mercado interno es parte estratégica y fundamental, el consumo sólo se resuelve a favor de las minorías y la estructura económica vira hacia convertirse en una mera “factoría exportadora” de bienes primarios o de escaso valor agregado que genera empleo mayoritariamente de baja calidad y que dispone de un sector servicios que recuerda las viejas definiciones cepalianas de los ’60 sobre el sector: escasa productividad, marginalidad, y pobreza estructural. La industria asociada a estos modelos se desarrolla extensivamente y no accede a los desarrollos ni innovaciones tecnológicas, ni tampoco participa en la introducción de nuevos materiales y diseños y carece de capacidad de poner en el mercado una oferta renovada de bienes y servicios que beneficien a todos los ciudadanos. En ésta línea, su crecimiento, no desarrollo, es absolutamente vegetativo.

Se podrá señalar que los valores de la producción son record histórico, que nunca an­tes se habían alcanzado tales niveles y que señalar el olvido de la política pública por la producción es un absurdo.

La cuestión de la “política productiva” que reclaman tener los diseñadores y gestores de las políticas económicas en curso sólo atienden un mínimo y ya circunstancial pro­blema: el tipo de cambio nominal. La producción es “algo mas” y comienza por pensar productivamente, es decir, incorporar al diseño de la política los múltiples y complejos aspectos involucrados en la organización social de la producción que, como tal, excede ampliamente los aspectos empresariales aunque los contenga y les de adecuada im­portancia y prioridad.

Los problemas y complejidades de la producción no se resuelven sentando a la mesa a los representantes de grandes empresas, en una economía cuyo rasgo post crisis, es la desnacionalización y concentración. Tampoco se avanza poniendo el énfasis en las denominadas “cadenas de valor”, porque éstas dependen, nuevamente, de las decisio­nes del capital más concentrado de la Argentina y que, en el desarrollo de las mismas genera un nivel de dependencia tecnológica, productiva y financiera que quienes parti­cipan, más allá de sus logros eventuales, son sujetos de “esclavitud productiva”[1] que obligan a abandonar el aspecto más importante de la visión empresarial: la creatividad; para adaptarse a modelos y tecnologías que lejos están de responder a la sustentabili­dad y consistencia indispensable de un modelo de desarrollo de la Industria Nacional.

Sin la participación activa de las PYMI, sustento estratégico del desarrollo nacional, sin una autentica participación de los trabajadores – limitados a las luchas palaciegas por el poder -, sin la consulta y el diálogo imprescindible con el sistema educativo y con el sistema científico tecnológico, la promoción de acuerdos donde supuestamente se ex­presa la política productiva repone fracasos más que estrategias viables y factibles de desarrollo nacional.

Se pone en boca del Dr. Carlos Pellegrini la frase[2] “Sin Industria no hay Nación”, en el supuesto de que la expresión sea verosímil, podríamos parafrasearlo diciendo que Sin Producción no hay Nación y eso incluye la existencia de una Industria Nacional mo­derna, eficiente y sustentable y de una sociedad que simultáneamente encuentre los espacios y las motivaciones para producir un desarrollo social que de fortaleza a la Nación Argentina.

Quilmes, Adviento del 2007
[1] La cantidad de casos en que las empresas, particularmente PYMI, fueron descartadas y las criticas consecuencias que debieron soportar cuando fueron desafectadas merecerían un análisis específico que pondría en evidencia el error que supone promover éste tipo de desarrollo productivo
[2] No existen registros fiables de que la frase haya sido expresada de modo fehaciente, aunque si señaló Pellegrini que “sin industria seriamos meros exportadores de pasto”

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