17 julio 2017

El Bancor o el Bretton Woods que nunca existió

Por: Fernando Arancón

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Dominique Strauss-Kahn, quien fuera director del Fondo Monetario Internacional entre 2007 y 2011, es sin duda un personaje singular. Su carisma y su alta estima dentro de la política francesa ha rivalizado durante muchos años con su devoción por los placeres de la carne. A menudo, lo que conseguía con una faceta lo dinamitaba con la otra, como si fuese casi natural vivir en semejante montaña rusa.

Ministro por un bienio con François Mitterrand del 91 al 93, repitió cargo –que no cartera– con Jacques Chirac entre 1997 y 1999. Además esta vez una con lustre, Economía y Finanzas. Socialista desde los setenta, Strauss-Kahn supo ir dando saltos en la pirámide política gala a pesar de los numerosos reveses que tuvo, desde los escándalos por corrupción hasta los sexuales. Todo ello no impidió que intentase postularse para las presidenciales del 2007, aunque fue derrotado por Ségolène Royal por la candidatura del Partido Socialista, que a su vez caería ante Nicolas Sarkozy. Así, después de este revés, Strauss-Kahn recaló en Washington como director del Fondo Monetario Internacional.

Allí le tocaría lidiar con los inicios de la gran crisis financiera, luego transformada en económica, surgida entre 2007 y 2008 en Estados Unidos. Sin embargo, uno de sus proyectos más ambiciosos y probablemente más olvidados sería el de darle un giro al papel del FMI como garante de los pagos y las finanzas a nivel global. En el año 2009 la institución publicó un informe en el que, entre otras cosas, venía a aumentar el papel de los Derechos Especiales de Giro (DEG), una especie de moneda global de cara a facilitar los intercambios comerciales, mediante una sustanciosa inyección de liquidez de 250.000 millones de dólares.

Aquel proyecto nunca vio la luz. En la práctica significaba que el dólar dejase de ser la moneda de reserva global, y el gobierno de los Estados Unidos comenzase a perder el privilegio –único en el mundo– de poder endeudarse ad infinitum dado que el valor de su moneda lo ponen ellos mismos. Strauss-Kahn pretendía poner punto y final al reinado del dólar, al consenso medio impuesto de Bretton Woods. Dos años después, en 2011, cuando se rumoreaba que el alsaciano entraba de nuevo en las quinielas de cara a las presidenciales francesas, un nuevo escándalo sexual en Nueva York irrumpió como un tsunami contra su imagen. Strauss-Kahn dimitió a los pocos días de su cargo en el FMI. Estaba acabado y su proyecto con él. Ese mismo 2011 le sucedería otro exministro de finanzas francés. Su nombre, Christine Lagarde. Aquel tímido keynesianismo era sustituido por el neoliberalismo de manual, emulando a lo ocurrido en los mismos días de julio de hacía 67 años en Bretton Woods.

La conferencia que enterró a Keynes

Hacia 1943 los Aliados, la Unión Soviética y puntualmente la China del Kuomintang, ya estaban diseñando el mundo de la posguerra. La derrota de la Alemania nazi y del Japón imperial se veían aún lejanos pero se daban por sentadas, y ante modelos tan dispares era necesario saber qué iba a ocurrir y cómo el día que las armas callasen. En el verano de 1944 le tocaba el turno a la economía de un mundo sin Tercer Reich. A principios de julio comenzarían a llegar al inmenso hotel de Bretton Woods, en New Hampshire, las 44 delegaciones que verían nacer el acuerdo homónimo posterior. Sin embargo, y como si fuese un torneo, la conferencia acabó reducida a un pulso entre John Maynard Keynes, que lideraba la delegación británica, y Harry Dexter White, que hacía lo propio con la estadounidense.

Había un consenso firme en torno a que el proteccionismo y el modelo económico global previo a ambas guerras mundiales tenía que acabar. Era necesario por tanto crear un sistema que si bien fuese librecambista, generase estabilidad y sobre todo garantías a todos los países de que ninguno de ellos iba a desarrollar una política económica que fuese perjudicial para otros terceros estados, evitando así guerras comerciales, cambiarias o arancelarias.

Keynes llegó a Bretton Woods consagrado como influyente economista. Su modelo económico propuesto en la década de los años treinta había influido poderosamente en muchos países de cara a combatir los efectos del crack de 1929. Sin ir más lejos, era la principal inspiración del New Deal lanzado por Roosevelt y sus planteamientos se habían demostrado exitosos en aquel contexto de crisis. Sin embargo, toda la legitimidad que le sobraba a Keynes por la vía intelectual le faltaba en la geopolítica. Reino Unido había cedido definitivamente el testigo a los Estados Unidos como potencia global y en la guerra había tenido, salvo en momentos muy concretos –como la Batalla de Inglaterra, Kohima-Imphal o El Alamein–, un papel secundario. Por si esto fuera poco, la merma del peso político británico a nivel global era evidente con una India que clamaba por la independencia, algo que conseguiría dos años después.

Dexter White (izq.) y Keynes (dcha) en la conferencia de Bretton Woods. Fuente: Wikipedia

Dexter White (izq.) y Keynes (dcha) en la conferencia de Bretton Woods. Fuente: Wikipedia

Estados Unidos y su enviado Dexter White llegaban con otra idea en mente. Hacía un mes que habían abierto el tercer frente en Europa por Normandía, comenzando la carrera por Berlín. En el Pacífico la situación era similar: Japón reculaba isla tras isla, no sin pelear cada palmo de terreno. Estados Unidos se sabía hegemónico en aquel momento y también de cara a la posguerra. No quería un sistema que económicamente equiparase a los países e impusiese las mismas reglas de juego para todos; quería su sistema y sus reglas. Y he aquí el choque irreconciliable.

Keynes propuso un sistema comercial global que canalizase todas las transacciones a través de una sola entidad, la Unión Internacional de Compensación. Esta institución emitiría una moneda, llamada Bancor, que serviría para comprar y vender a nivel internacional. El valor del Bancor vendría a su vez dado por el valor de las distintas y principales monedas que se incluyesen en una canasta de manera ponderada. Sin embargo, la novedad no radicaba ahí. Keynes pretendía evitar por todos los medios que hubiese países crónicamente deficitarios en materia comercial y otros con superávit año tras año, ya que al ser el saldo comercial global una suma cero, si algunos países vendían excesivamente, otros, por pura matemática, iban a ser deficitarios. Eso, de manera constante, generaba unos desequilibrios gigantescos.

Si los países tenían un déficit exterior excesivo serían multados, incentivándose así la inversión interna para aumentar las exportaciones y reequilibrar el saldo comercial. Sin embargo, los países con superávit también serían penalizados si se excedían vendiendo. Con ello se quería fomentar la potenciación del mercado interior de los estados y permitir el reequilibrio de los países deficitarios, tanto por reducir la oferta a nivel global como por hacer aumentar la demanda comprando a esos terceros países.

Y es que Keynes buscaba un sistema en continuo equilibrio y con mecanismos coercitivos fuertes –tal era el extremo que los países con superávit podían ver cómo sus reservas de báncores se confiscaban si no gastaban ese dinero o reducían su desequilibrio comercial–, a la vez que instituciones globales velarían con préstamos el correcto desarrollo de los países que, como empezaría a ocurrir pocos años después, serían descolonizados.

La propuesta estadounidense tenía sustanciales diferencias. No contemplaba el Bancor, y la Unión Internacional de Compensación no existiría en favor de un organismo encargado de velar por la correcta estabilidad cambiaria mundial, macroeconómica e inflacionaria de los estados: el FMI. 

Desterrar el Bancor tenía un porqué: Estados Unidos buscaba que la nueva moneda de referencia global fuese el dólar, otorgándole una posición privilegiada en las dinámicas comerciales y financieras globales. Para calmar los recelos sobre la comentada medida, el dólar estaría a su vez referenciado al oro –por aquello de que hubiese algo que respaldase el dólar–. Se pasaría así del patrón-oro al patrón dólar-oro.

Finalmente, los acuerdos de Bretton Woods tendrían poco de británico y mucho de estadounidense. 

La propuesta de Keynes sería aparcada en favor de la de White, y el sistema favorable a Estados Unidos sería aprobado y poco después implementado, incluyendo la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El economista británico no llegaría a ver materializada su derrota al morir en 1946, menos de dos años después de la firma de los acuerdos.

El sueño (económico) americano

Aunque la época de la Guerra Fría a menudo es definida como bipolar, en el plano económico existía una unipolaridad en cada lado del Telón de Acero. Al igual que la economía del bloque comunista era dependiente de la Unión Soviética, el sistema capitalista acabó orbitando sobre Estados Unidos. Y es que la potencia norteamericana, estratégicamente hablando, jugó con habilidad sus cartas. El sistema que Keynes proponía era más justo para todos los países, pero eso no equivalía a que estuviese alineado con los intereses estadounidenses. En aquel escenario de la posguerra, con una Europa arrasada y un incipiente pero débil mundo descolonizado, Washington era el cuello de botella económico por donde el comercio y las finanzas globales debían pasar. 

Un paternalismo estratégico, se le podría llamar. EEUU velaría por el correcto funcionamiento del sistema –en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial aún implementaría el Plan Marshall, también de inspiración keynesiana pero con evidentes pinceladas de Doctrina Truman– al mismo tiempo que utilizaba ese privilegio para hacer valer sus propios intereses.

Aquella idea podía albergar interesantes oportunidades para Estados Unidos, pero también adolecía de grandes contradicciones. La mayor, y a la postre talón de Aquiles, sería el dilema de Triffin, llamado así por Robert Triffin, el economista de origen belga que en 1960 dio forma a aquella brecha en el planteamiento norteamericano de Bretton Woods.

En resumidas cuentas, Triffin afirmaba que el objetivo de Estados Unidos de ser el suministrador global de liquidez en dólares era incompatible con mantener un equilibrio dólar-oro. Con el paso del tiempo iba a ser cada vez más probable que aquella relación se desacompasase, y el dólar tuviese que ser devaluado y no pudiese seguir ligado al oro. De manera secundaria también se indicaba que cuando ambos ritmos no fuesen parejos, Estados Unidos viviría una profunda crisis al no saber jugar en un mundo cuya moneda de referencia no fuese el dólar, eso si directamente no se había endeudado en exceso y corría serio riesgo de quebrar.

No tardaría demasiado en producirse lo vaticinado. En 1971 la guerra de Vietnam asfixiaba tanto las finanzas de Estados Unidos que el presidente Nixon decidió dar por finalizado el sistema de Bretton Woods. La potencia norteamericana no podía costear semejante esfuerzo bélico sin devaluar su moneda, menos todavía cuando su balanza comercial empezaba a ser negativa de manera crónica –lo que obligaba a su vez a emitir más dólares–. Así pues, el patrón oro quedaba definitivamente enterrado y el dólar se erigía como gran moneda de reserva global.

La deuda actual de los Estados Unidos sobrepasa a día de hoy los 19 billones de dólares. China es el principal acreedor. Fuente: CNN

La deuda actual de los Estados Unidos sobrepasa a día de hoy los 19 billones de dólares. China es el principal acreedor. Fuente: CNN

Y es que la idea de Triffin se cumplió sólo a medias. La segunda parte, aquella que derivaría en la quiebra estadounidense, nunca se materializó. Estados Unidos siguió imprimiendo dólares sin que la inflación subiese o los tipos cambiarios se les volviesen desfavorables. Las causas de semejante paradoja –algo que contradice buena parte de los comportamientos económicos habituales– residen en el sentido más técnico de la “política” –la lucha por el poder–, algo de lo que los economistas han rehuido y rehúyen con frecuencia. Estados Unidos no quebró por su gigantesco poderío militar, un valor que si bien es costosísimo –EEUU tiene la mitad del gasto en defensa del mundo– apuntala la legitimidad del país para ser hegemónico en el plano monetario. La segunda causa que se puede destacar es que desde Bretton Woods hasta 1971, la superestructura de dolarización que había creado Estados Unidos a lo largo y ancho del mundo siguió funcionando sola aun cuando la mano dejó de mover la manivela que impulsaba aquel sistema. Nadie quería ni podía parar ya un entramado que llevaba asentado un cuarto de siglo.

Este vuelo sin motor todavía aguanta a día de hoy. El dólar sigue siendo la moneda de referencia en el comercio internacional actual y el ámbito financiero, más todavía vistas la asfixia crónica de Japón y la incapacidad del euro de levantar cabeza. Sin embargo, cerca de otro cuarto de siglo después de que Nixon decidiera dar por concluido el sistema de Bretton Woods, la unipolaridad estadounidense cada vez está más discutida. El país norteamericano ya no es lo que era después de dilapidar cantidades astronómicas en Afganistán e Irak, y mucho menos tras la crisis económica actual. El dólar, aun con buena salud, también se ha resentido. Y es que la unipolaridad postsoviética que tanto celebraron en Washington ya no existe. Cada vez más voces dentro y fuera de la zona de confort estadounidense reclaman que la potencia de un paso atrás en sus aspiraciones –o nostalgia– de hegemonía en favor de un sistema más equilibrado y sobre todo más estable, ya que el dilema de Triffin  no se ha evaporadodel todo: Estados Unidos no puede compatibilizar sus necesidades como país con las necesidades financieras globales. Por tanto, el dólar es cada día menos útil en su función y Estados Unidos apuesta en exceso a un caballo que pierde valor.

China, la torre Jenga y la resurrección del Bancor

No parece haber duda en que la distribución global del poder económico está cambiando con rapidez. Nuevos escenarios necesitan de nuevos marcos para adecuarse a los intereses y las necesidades emergentes. El debate por tanto sobre hasta qué punto está preparado el Fondo Monetario Internacional para hacer frente a estos cambios está más que servido. Y es que en estos últimos años ha sido objeto de profundas críticas por su papel en la crisis de Grecia, que se ha venido a sumar a su ya deslegitimada actuación con los países de la Periferia global, especialmente los estados africanos y latinoamericanos durante décadas pasadas. La ecuación además no está completa; China también quiere su parte del pastel.

En el año 2009 fue lanzada una reforma del FMI de cara a renovar el porcentaje de votos de sus miembros –unos derechos que a día de hoy le dan a Estados Unidos y otros países desarrollados un poder de veto de facto–. Estas modificaciones, además de tocar los porcentajes de voto en detrimento de las economías desarrolladas y en favor de las emergentes, abordaban también unas medidas que contrariaban la línea hegemónica norteamericana. Todavía hoy permanece bloqueada por Washington.
La distribución de los porcentajes de voto en el FMI hacen que las economías desarrolladas ostenten una mayoría de dos tercios. Fuente: American Progress
La distribución de los porcentajes de voto en el FMI hacen que las economías desarrolladas ostenten una mayoría de dos tercios. Fuente: American Progress

En cierto sentido, este veto a avanzar en la misión del FMI corresponde a los deseos –o más bien a las creencias– estadounidenses de que la realidad no muta si no lo hace en las instituciones. Grave error. Aquel intento de frenar el poder de influencia de los países emergentes no ha hecho que China deje de crecer, e incluso ha legitimado y fortalecido el desarrollo de un sistema paralelo sinocéntrico. El nuevo Banco Asiático de Desarrollo o el gigantesco proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, auspiciados por Pekín, no son sino la respuesta a no poder jugar de manera más equitativa en el sistema global.

Más allá de consideraciones geopolíticas, el fantasma del Bancor sobrevuela cada vez con mayor presencia el debate sobre el papel de la institución que preside Lagarde. La propuesta de Keynes, tal y como la propuso, a día de hoy no es factible. El británico diseñó un sistema excesivamente estático para el mundo de hoy –tipos de cambio fijos entre monedas y bancor, por ejemplo–, pero evidentemente la esencia sigue siendo la misma: un sistema global que no genere asimetrías y desequilibrios. En definitiva, un sistema de comercio y finanzas acorde al mundo multipolar.

Como es de esperar, una implementación así debe ser gradual y, sobre todo, ha de considerar otras aristas y particularidades del sistema económico actual, abarcando desde los modelos de cooperación internacional hasta los paraísos fiscales. La cuestión aquí es quién pierde con todo esto y especialmente si están dispuestos a dar su brazo a torcer. Estados Unidos nunca ha visto la renegociación de este sistema como una oportunidad, sino como una amenaza. Equipara una modificación de los restos de Bretton Woods a regalar su cada vez más reducida influencia, cuando lo podría plantear desde los términos de acordar y blindar una influencia que, si bien sería menor, quedaría definida y pactada con otros países. Y es que la añoranza de su unipolaridad le impide sentarse de igual a igual con China, a quien intenta contener –con poco éxito– sin considerarle en el plano institucional global como una potencia de rango prácticamente similar.

Los retos del camino hacia un mundo ‘bancorizado’ son cuantiosos, tanto por los intereses puestos en juego como por los propios errores del diseño de un nuevo sistema. Sin embargo, de no transformarse un sistema que se llama global y que a día de hoy está en manos de unos pocos estados, en uno que responda a cómo es realmente el mundo, se corre el riesgo de fragmentar el planeta en sistemas en constante competición; una realpolitik de corte económico que sólo genere inestabilidad.

Setenta años después de su muerte, el legado de Keynes parece haber recobrado cierto vigor. Quién sabe si alguien, algún día, conseguirá imponer lo que el británico no consiguió en aquel inmenso hotel de New Hampshire.



Acerca de Fernando Arancón  
Nacido en Madrid, en 1992. Graduado en Relaciones Internacionales en la UCM. Máster en Inteligencia Económica en la UAM. Analista de Inteligencia. Especialista en geopolítica y entornos estratégicos. Twitter: @Feraru92
Perspectiva del mundo profesional
La estrategia del desarrollo del siglo 21
Las Pequeñas y Medianas Industrias.

Este texto fue escrito hacia fines de julio de 2014. Estimo que aún es válido. Por ello me animo a darle una nueva vida. A veces, sé que es difícil comprender algunos procesos y que la respuesta es el rechazo, la indiferencia y en otros la marginación. No me siento conmovido por ninguno de ésos sentimientos. Sostengo mi visión, eso es modestamente, todo.

 Permítaseme iniciar esta exposición haciendo un llamado de atención desde el mundo musical.

Los conflictos nacionalistas iniciados a partir de alrededor de 1870, precisamente momento en el que irrumpe una nueva y profunda etapa de revolución industrial en lo que ha dado en llamarse el “modo de producción capitalista” y que tuvieron su expresión final en las grandes guerras y redefiniciones geopolíticas que durante 50 años fueron el fundamento de grandes conflictos armados en pro de asegurar y conquistar mercados, pero que como telón de fondo opero, sin lugar a dudas, una transformación de la producción, del modo de producir, de que se producía y para quién, etc., etc.

Es decir, deberíamos volver atrás en nuestro concepto y señalar que más que una “transformación” que se refiere a la adopción de una nueva forma, pero sin cambiar la sustancia de la forma, deberíamos hablar de una nueva –aunque dolorosa y dramática etapa- de construcción de algo nuevo inédito.

Sin temor a equivocarme, podría decirse que la “historia paria otro capítulo”, que algo nuevo quedo expresado a partir de mediados del siglo 20 y que hoy, en los primeros –podríamos decir- primeros 20 años del siglo 21 ha comenzado a mutar para dar paso, no podemos aventurar el momento, a otra forma, a otra concepción de la producción, del cómo se produce, de que se produce e incluso quién produce y para quién.

Vuelvo al mundo musical.

El siglo 19, precisamente hasta mediados de él, vivió el auge de las orquestas sinfónicas y filarmónicas orientadas a ejecutar grandes obras musicales que requerían un sin número de ejecutantes de diversos y variados instrumentos de sonidos y armonías y que requería un director, alguien que conduzca la reproducción de la gran obra musical.

La contracara del mundo de la producción en aquellos años, era las grandes fábricas que albergaban miles de obreros sujetos a un régimen disciplinario sin el cual, la producción era inviable. El director sinfónico y el director de la producción en ésas grandes concentraciones fabriles tenían un mismo objetivo: que la producción se ejecute.

No pretendo desarrollar aquí otras analogías, pero permítasenos saltar en el tiempo y situarnos en los tiempos post segunda gran confrontación militar en territorio europeo ( a veces me resulta contradictorio y no he logrado resolverlo si se trató de una “guerra mundial” por la explosión final de Hiroshima y Nagasaky y no tanto por el Acuerdo de Yalta o si, precisamente por éste acuerdo y ésa partición del mundo entre potencias europeas, no se trató más que, como señalan importantes historiadores, de una “guerra civil europea”.

Sin embargo, junto con las “puesta en escena” de la energía nuclear, como factor de disuasión geopolítica, también llegaron a su fin la época de las “big band”, de las orquestas al estilo de Glenn Miller, Artie Shaw, etc. Como también el ámbito de las orquestas sinfónicas fue resolviendo en formaciones menos numerosas, en más importancia a la música de cámara, con menos ejecutantes.
Una nueva revolución industrial comenzó a exponerse cuando el “Elona Gay” lanzó a “Little Boy” sobre Hiroshima y cuando el también B-29, lo hizo sobre Nagasaky “Bockscar” lanzó “Fat man”, puso en marcha otra era: la era atómica.

Esa etapa, aunque no concluida ni mucho menos superada está entrando en una etapa de maduración que, aunque aún resta mucho camino por recorrer está claro que los Estados han tomado de las más diversas formas posibles, control sobre el desarrollo, disponibilidad y aplicación de la misma. Es decir, es una “revolución industrial” bajo estricto control de las mayores potencias del mundo.

Así, el inicio de ésa etapa, para volver a la paradoja, las “big band” dieron paso a los sextetos, cuartetos, tríos y el denominado “bebop” instaló el valor de la “improvisación” de la expresión individual de un ejecutante en marco de 3 o 4 compases básicos por sobre las partituras preconcebidas y que ponían en evidencia la conducción estricta de quien era el responsable de la producción musical, o sea la “banda” para sustituirla. Se expresó de esa manera la creatividad, un permanente rediseño de la idea musical, expresada sólo en 3 o 4 acordes básicos, sin siquiera una partitura.

Fue (es) la explosión de la creatividad, de la imaginación, de un modo absolutamente novedoso del desarrollo de las ideas.

Paralelamente, en el ámbito de los jóvenes se establecía la “banda de rock”; 4 no más de 6 componentes, donde la poesía convocaba a librar otras batallas frente a un sistema mundial que se redefinía. Woodstock, la isla de Wight fueron tal vez las expresiones de estas manifestaciones pero no las únicas.

Quedó expresado allí, durante esos difíciles años 60 y 70 una transformación estructural donde la música ahora impactó definitivamente en el mundo de la producción y del trabajo.

Desde aquellos años los modelos de organización de la producción comenzaron a transformarse, a redefinirse de tal forma que el “fordismo” (como modelo típico y paradigmático de la producción en serie) comenzó una crisis que, ahora en ésta primeras décadas del siglo 21 podemos decir: perimido.

Los “lay out” de los procesos productivos se transformaron. La logística, fundamental durante la guerra, se reconvirtió hacia el ámbito de la producción y la distribución y se constituyó en un espacio ingenieril propio.

Así, podríamos analizar cada uno de los momentos productivos, desde los materiales hasta los referidos al marketing de la producción y como éste determinó el consumo.

Lo cierto es que está en curso una nueva revolución industrial que ha convertido la problemática de las Pequeñas y Medianas Industrias Argentinas, que por su permanencia ya resultan estructurales, en lo que podríamos llamar "la estructura de la queja".

Un multiplicador de Lagrange de valor indeterminado pero creciente. Pese a ello y cada vez con mayores dificultades, se podían -algunas- incorporar a esa nueva dinámica mundial.

Esa incorporación, algo así como subirse a una "calesita" funcionando a máxima velocidad y que desarrolla una fuerza centrífuga de singular valor resulta, para las PYME argentinas, una tarea compleja y difícil, muchas veces difícil de comprender, aún por los propios industriales.

Esta revolución industrial que supero la tan temida crisis, devenida de una mayor, que fue básicamente financiera y que aún hoy perdura, en tanto los Estados Nacionales están más preocupados en resolver el derrumbe financiero y se han alejado de los problemas productivos porque en algunos casos o bien estos ya han sido resueltos por la propia industria y en otros porque atenderlos implica una transformación total de sus paradigmas de gestión: la industria no figura en sus planes ni por acción ni por omisión sobre todo cuando los países son agroexportadores.

Pero, y eso es lo dramático, nadie se ocupó de las masas de excluidos que ésta revolución industrial generaba. Así, se esparció por el mundo una nueva pandemia: el desempleo y sus lacerantes consecuencias.
En los últimos 10 años ha aparecido una “nueva revolución industrial” con epicentro en la actividad manufacturera, que se caracteriza por una utilización cualitativamente inferior de insumos.

Pero, también en estos tiempos los procesos productivos, como lo muestran diversas industrias: se fragmentan y externalizan, manteniendo sólo como propios los procedimientos estratégicos del proceso de producción, básicamente aquellos de tecnología sensible o de altísimo valor agregado.

Cuando hablamos de “alto valor agregado” nos referimos ni más ni menos a una cuestión de una relevancia estratégica fundamental.

Tanto los productos (bienes finales) pero en particular lo que se denomina en economía el “capital fijo” ya no se mide, como lo lleva adelante la Aduana por kilogramos.

El “capital fijo”, (Marx ya lo preveía) tiene un altísimo contenido del llamado “capital intelectual”. Más aún, cuanto mayor contenido, diríamos los economistas, mayor “valor” tienen, ya no sólo por una dogmática aplicación de la teoría del valor-trabajo, sino por la aparición en escena de que lo que le da “valor” a las cosas, como diría Smith “útiles y necesarias para la vida” son aquellas que contienen un altísimo grado de conocimiento, y siguiendo a Smith, estos bienes no se obtienen “por la benevolencia”.

Pero si algo es cierto, la electrónica, que es el tema central de vuestro Simposio Argentino de Sistemas Embebidos (SASE) 2014 que precisamente, más allá del debate necesariamente técnico que Uds. están desarrollando, posee un componente fundamental para las Pequeñas Y Medianas Industrias.

Del desarrollo de los denominados “sistemas embebidos” surge una completísima oportunidad para los estudiantes de desarrollar Pequeñas y Medianas Empresas que nos plantean un enorme desafío de comprensión e inclusión en el sistema de representación gremial empresario.

Así, sin ir más lejos, la Computadora Industrial Abierta Argentina (CIAA) (ver http://www.proyecto-ciaa.com.ar/ ) cambia la lógica con la cual se agrega valor a la producción industrial, porque rompe un esquema individual donde cada empresa debe afrontar en soledad todos los costos, riesgos e incertidumbres que conlleva el desarrollo de nueva tecnología, y lo reemplaza por otro colaborativo en el que muchos de esos riesgos y costos se minimizan o incluso desaparecen gracias a esta nueva forma de construir conocimiento.

La problemática industrial debe y deberá enfrentar 3 problemas básicos: el cambio climático que genera con efectos sobre la producción agrícola, las cuestiones sociales derivadas de un uso menos extensivo de trabajadores y la integración del “cloud computing” a los procesos productivos.

Pero también, y en particular las PYME, deberán enfrentar el desafío de la asociatividad para acceder al conocimiento. Una asociatividad "abierta". ES un desafío que para las PYME es heroico.

A su vez, lo más importante de la nueva revolución industrial no es la disminución de la fuerza de trabajo, sino la creciente carencia de mano de obra suficientemente calificada que experimenta. Esta divergencia creciente implica que la disparidad será cada vez mayor a medida que se acelere la nueva revolución industrial. Aquí se encuentra la razón de fondo del aumento incesante de la desigualdad en los ingresos y de allí la cuestión social a resolver.

El modelo de desarrollo capitalista que, ésta nueva revolución industrial genera, es un sistema integrado global de producción que desarrolla dos movimientos simultáneos: fragmenta los procesos de producción y los externaliza.
Esto da lugar a un desarrollo de PYME Industriales cuyas características aún no son bien comprendidas dado el nivel tecnológico que poseen y las demandas y problemáticas que plantea, en particular se instalan como una “cadena de valor” que órbita en torno a la empresa madre ( en general una gran corporación)

Su norma directiva es que las pautas de producción, innovación y calificación (reglas de competencia) son las mismas para todos los anillos de la cadena. Por eso, los sectores rezagados se ven forzados a converger hacia los más avanzados (convergencia estructural), o de lo contrario desaparecen del mercado.

En el marco de la nueva revolución industrial, el desarrollo capitalista es un gigantesco proceso de integración, cada vez más acelerado, en el que el punto hacia el que se orientan todos los actores es una frontera siempre móvil, en continua reinvención.

A su vez, el impacto de la nueva revolución industrial en la Argentina obligó a las PYME a requerir a los trabajadores mayor productividad y a las propias empresas inversiones en transformación de sus procesos productivos e innovación tecnológica.

Obviamente, decir que la problemática industrial “ya ha sido resuelta” es referirse a que la solución provino de la dinámica del mercado capitalista, es decir, las más débiles –en general Pequeñas y Medianas Industrias – desaparecieron (o tienden a ser excluidas con el impacto social que ello genera) están enfrentando un cierre silencioso o se deslizan a la marginalidad para poder sostenerse.

No obstante, la Industria Argentina, y en particular la Pequeña y Mediana, muy lejos todavía de las transformaciones estructurales de la Industria mundial tiene una agenda de temas pendientes para poder ir reduciendo la distancia que la separa.

La nueva etapa de la revolución industrial en curso tendrá como resultado final una mayor concentración y centralización no sólo económica, sino que también política que habrá de contrastar con una altísima dispersión social y que ésta tensión entre lo económico-político y lo social tiene a las PYME como protagonistas en la articulación de la resolución de las tensiones que YA se están manifestando.

Dice Jorge Castro en un artículo del 06/07/2014:

Pero lo importante en el capitalismo no es la oferta laboral de la que se carece, sino la magnitud y calidad del poder productivo que le ofrece su fuerza de trabajo. “El capital real no es el capital, sino el trabajo”, dice Marx (Grundrisse). Los productos de alta tecnología no son seres dotados de vida propia, sino la inteligencia imbuida en ellos por una fuerza laboral que ha dejado de operar en forma directa y material y ha adquirido un carácter abstracto y universal. Se ha transformado en “inteligencia colectiva”.

Al hacerlo, se ha convertido en el principal factor de producción, por encima del capital fijo y de la fuerza de trabajo material; y los bienes de alta tecnología que ha creado son un derivado de su excepcional potencia creadora: “nube”/Internet móvil, la maquinaria del siglo XXI.

El predominio de la “inteligencia colectiva” se presenta a través de dos dimensiones: automatización creciente (robotización); y aceleración de la revolución en las telecomunicaciones y el transporte, al punto de que el tiempo aniquila al espacio y la instantaneidad impone una hegemonía sin límites.

La “inteligencia colectiva” deviene en “sociedad del conocimiento” cuando se movilizan, como ha ocurrido en las últimas tres décadas, la totalidad de los recursos intelectuales de una sociedad. Su avance no depende de los mayores medios técnicos, sino del auge extraordinario de la subjetividad –iniciativa, creatividad– de los individuos que la componen.
Se requieren individuos más creativos, más libres.

Los nuevos empresarios digitales (start ups) eran 240.000 en 2008 y treparon a 2,6 millones en 2013 (+ 50% anual); y el año pasado las grandes firmas high-tech compraron start ups por U$S 250.000 millones, cifra que se duplicaría al concluir la década. Así, la fuerza de trabajo se socializa y se intelectualiza, mientras que exige a sus integrantes que sean emprendedores libres y creativos, profundamente individualizados e identificables.

Este es el fundamento del nuevo mecanismo de acumulación global. Esta exigencia no es obra de un impulso ético, sino una coerción impuesta por la necesidad, que son las reglas de la competencia. Esta es una época curiosa que fuerza y coacciona el auge de la libertad.”

Nos preguntamos ahora nosotros: ¿Están las instituciones gremiales empresarias preparadas para procesar las demandas de ésta nueva expresión de los procesos productivos que dan lugar al nacimiento (y mortalidad) de nuevas PYME a una velocidad inusitada y con una problemática cada día más compleja, que requiere incorporar cada vez nuevos actores.

Queremos decirles, enfáticamente: NO.

Ellas mismas deben someterse a un proceso de innovación profunda, estructural, dolorosa. Tanto en la organización institucional como en las metodologías y procedimientos sean de la participación y la inclusión cómo en su capacidad, calidad y temporalidad de la respuesta.

Los procedimientos colaborativos también deben llegar a quienes ostenten ser representativo de las PYME. Los modelos piramidales, tecno-burocráticos, plenos de consignas disciplinarias forman ya parte de la Historia.