LA INFLACIÓN: ¿QUÉ SE
OCULTA DETRÁS?
Definir “inflación” es una tautología. ¿qué es la
inflación? Los precios aumentan porque los precios aumentan.
Pero esa tautología ha dado paso a un a una “ciencia”
en sí. El estudio, análisis y una serie de articulaciones metodológicas y
debates de una seriedad y fundamentación tal en torno a que los precios
muestran incrementos derivados de aumentos sistemáticos y permanentes de los
precios.
Encontramos así acólitos perseverantes de la
“identidad de Fisher” (P.t=M.v) que sobre ésa base y suponiendo que la
velocidad del dinero y la cantidad de transacciones son constantes, señalan
como responsable de ella (la inflación) a la “maldita” cantidad de dinero y se
avocan con particular valentía (yo diría ensañamiento) a tratar por todos los
medios de evitar la expansión monetaria. Para ello se valen de un instrumento
letal en una supuesta estrategia de promover inversiones, crear empleos
decentes y genuinos y así combatir la pobreza: la tasa de interés.
Crean para ello instrumentos, que denominan de absorción
monetaria, cuyas consecuencias profundizan uno los problemas estructurales de
la Argentina para encontrar el sendero del desarrollo: la inversión.
Pero no esta tan mal, generan especulación a o más
atildadamente: una especulación financiera de una magnitud insondable llamada
con el pomposo título de “carry-trade” que genera tasas de ganancias en dólares
candidatas al Guiness y que a la luz de los últimos acontecimientos en materia
de tipo de cambio, explicaría el porque la periodista de WSJ pintó un panorama
de singular debilidad respecto del Gobierno de Macri.
Pero no hay como los tozudos, los que confunden
rigurosidad teórica con soberbia y porque no decirlo “mala práxis”: ya en el
debate económico, y nada menos que de la mano de Lord Keynes, quedó demostrado
que la identidad de Fisher es un jueguito incapaz de explicar la tautología de
la suba generalizada de precios derivada del aumento generalizado de los
precios.
Pareciera que la avidez por disponer de dinero es un
vicio que debe ser combatido aumentando su precio. Lo mismo hacen para combatir
el tabaquismo: suben el precio de los cigarrillos, limitan áreas para hacerlo,
restringen libertades bajo el supuesto que el encarecimiento de un bien,
alejara a los “viciosos” de él. Fracaso, Lo intentaron con el alcohol, la
consecuencia fue no sólo que se incremento el consumo, se desarrolló un sector
industrial de importante fortaleza y a la vez, se segmento el mercado: los
ricos, toman alcohol añejado y de calidad y la pobreza: tetra-brik.
Parece que del mismo modo operan con la demanda de
dinero: a los poderosos les permiten el juego del “carry-trade” con el
argumento de restringir la avidez de dinero y a los pobres los envía a mutuales
que les cobran siderales intereses para satisfacer lo que, para los “apóstoles
de Fisher” una demanda de dinero que no deberían tener. Para estos
irrecuperables dinero-dependientes, el próximo paso debería ser un “gulag” para
que allí custodiados no demanden ése odioso dinero que genera inflación. Un
absurdo
Pero el BCRA hace con su autonomía “lo que quiere”
cualquier signo de disciplina por la política pública resulta un escándalo
mayor, mientras tanto su sistema de decisiones más que guiarse por la política
económica se guía por las expectativas, el “masomenismo” de un grupo de elite
de consultoras que se cristaliza en el Relevamiento de Expectativas de Mercado.
¿Puede la tasa de política monetaria que definirá el
sendero de desarrollo económico o no estar sujeta a la opinión de este cenáculo
de sabiondos?
Pero no termina allí el ejercicio de los predicadores
de la tautología.
Hay quienes sostienen que el problema se concentra en
las expectativas, sean adaptativas o racionales. Como su propio nombre lo señala
las expectativas reflejan una creencia, religiosa o económica, respecto de cuál
ha de ser mi futuro o el de la sociedad.
Más aún, las expectativas “racionales” se fundan en
complejos cálculos estadísticos y probabilísticos cargados de supuestos no revelados
y con cláusulas “ceteris paribus” secretísimas.
Pero mientras tanto, como señalamos el BCRA ausculta
las expectativas, el propio Poder Ejecutivo Nacional hace públicas las propias
y a falta de todas estas apuestas aparece que la diferencia entre las
“creencias” (porque todas no son más que actos de fe) la necesidad de
establecer la volatilidad de las mismas. Nuevamente aparece el modelo
neo-clásico capaz de medir absolutamente todo y ponen sus computadoras a
calcular varianzas.
Basadas en esas ciencias probalísticas y cabuleras,
el capitalista cuya única expectativa es ganar y no sólo eso, sino ganar más
hoy que ayer y mañana más que hoy.
Ese “actor protagonista” que no es otro que el
capitalista, aquel que Quesnay definió como el que anticipa el capital para
iniciar una y otra vez el ciclo de la producción, distribución, cambio y
consumo (podemos incorporar la visión shumpeteriana de asociar el consumo con
la “destrucción creativa”) tiene una dinámica tal que nada tiene que ver con ese
afán neo-clásico cabulero.
En relación a que los trabajadores también deben ser
considerados, pero no, controversial o no, los trabajadores son “actores de
reparto”, al igual que otros factores de producción) del constante proceso de
concentración y centralización del capital y es en ése contexto donde la
inflación como “hecho económico” representa el modo en que la dinámica
capitalista -crisis mediante- despega el campo de aquellos que por las más
diversas razones propias o impropias, deben abandonar el “terreno de juego” y
buscar nuevas formas de retornar o no a él.
Como está ya ampliamente demostrado el precio es
fijado, en todos los casos por el más ineficiente, por el productor menos
productivo y ése precio se mantiene hasta el momento que quien ha desarrollado
productividad mediante la inyección de formas ampliadas de capital toma la
decisión de “despegar el mercado”.
Mientras tanto dada su capacidad controla el mercado y
absorbe vía las diferenciales de precio un super-plus que precisamente contribuye
a consolidar su posición dominante, hasta que, en un punto la propia dinámica
del capital expresada en su rentabilidad impulsa un proceso contractivo y
aunque ese movimiento no implique una reducción inmediata de los precios, ese
proceso comienza a generar un “espectáculo” de retroceso de la denominada
“inflación” que puede ser más rápido o más restringido, pero que pone en
evidencia que hay una nueva relación de fuerzas.
Ahora bien, ¿qué determina la velocidad de
reacomodamiento de los precios?
Es el Estado, en todas sus jurisdicciones, y el modo
en que éstos instrumentan determinadas políticas públicas, y esas decisiones
cuando lejos de ser procíclicas dan paso a contradicciones, dudas, quienes
deben tomar decisiones en términos de nuevas inversiones o la incorporación de
innovaciones, o reorganizaciones productivas, hacen uso de su posición
dominante en términos de control sobre el nivel de precios, y atenúan el
proceso al que dio en llamarse “desinflación”.
En suma, la cuestión “inflacionaria” no es ni un
problema monetario, ni tampoco una cuestión de expectativas, ni ninguna de esas
cabriolas del pensamiento neo clásico. La cuestión no es ni más ni menos que el
reflejo del modo que las fracciones del capital “leen” la dinámica del mercado
local y regional, dado que no es de menor importancia las interrelaciones de
los mercados en la realización de la tasa de ganancia que el capital requiere
ante cada circunstancia.
Una última referencia dedicada a los “actores de
reparto”: nunca los salarios son parte del problema o inductores de los
procesos denominados “inflacionarios”. El capital siempre posee la capacidad
de, vía la inteligencia y la creatividad, de sobre-compensar los costos
laborales en cualquiera de sus expresiones.
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