PAN Y QUESO VERSUS BLOCKCHAIN: EL PROBLEMA DE VALIDAR LO
COMPLEJO
WALTER SOSA ESCUDERO
Profesor de la Udesa e investigador del
Conicet
LA
NACION -DOMINGO 31 DE DICIEMBRE DE 2017
Muchos recuerdan los mecanismos aleatorios
de la infancia barrial habitualmente utilizados para dirimir cuestiones
lúdicas: el famoso "piedra, papel o tijera", el "ta ,te, tí,
suerte para tí", el más interactivo "avión japonés", o el
"pan y queso", esa entrañable versión urbana del duelo criollo.
Llama la atención que, a diferencia del acné
y ciertos gustos musicales, el paso del tiempo y la avasallante evolución de la
tecnología en las últimas décadas no logren desterrar estas prácticas simples,
tanto en el barrio como en la sociedad toda. Y así es que en épocas de
blockchain, en el fútbol profesional se sigue tirando una moneda para decidir
cuestiones relevantes (como de qué lado empieza jugando un equipo) o, más
recientemente, se apela a un aparatoso sistema de pelotitas con papeles adentro
para armar el fixture del mundial de fútbol, como millones de ansiosos fans de
todo el mundo hemos visto recientemente por televisión.
Ciertamente, parte de la explicación de la
persistencia de estas aparentemente elementales prácticas, tiene que ver con el
rito. Esa especie de sucesión de "pasos de comedia" que esperamos que
anteceda a un evento importante, amén de la posibilidad de generar jugosas ganancias,
como en el caso de la televisación del sorteo del Mundial.
Pero la explicación más relevante tiene que
ver con la complejidad implícita de lograr acuerdos sociales, en términos de
transparencia y comunicabilidad.
Obviamente que en lo que se refiere a
garantizar la aleatoriedad, hace muchos años que la tecnología puede reemplazar
a la mayoría de los mecanismos sencillos antes mencionados. Cualquier teléfono
celular tiene una calculadora que puede generar números al azar y así,
reemplazar el lanzamiento de una moneda. El punto es que más allá de ciertas
disquisiciones filosóficas sobre la mera existencia de lo aleatorio, cualquiera
entiende la naturaleza azarosa -y, por ende, justa y transparente- de revolear
una moneda al aire y atraparla. Por el contrario, la generación de números al
azar a través de un algoritmo (como los que utiliza cualquier calculadora
portátil o de un celular) es un problema exhaustivamente estudiado en
matemática y computación, pero de compleja comprensión para el lego y,
entonces, sospechoso para el conspirativo.
Imagínese el lector el aluvión de
cuestionamientos que provocaría que en un partido de fútbol profesional se
reemplace el lanzamiento de una moneda por un clic en el celular del árbitro,
máxime a la luz de la polémica generada por la implementación reciente del
sistema de videoarbitraje VAR.
Las cuestiones de cómo la tecnología
interactúa con la transparencia, la comunicabilidad y la confiabilidad, van
mucho más allá de la resolución de disputas lúdicas o deportivas y afectan al
corazón de las cuestiones sociales y económicas.
A muchos les llama la atención que las voces
más cautas en relación al voto electrónico, provengan del mismísimo corazón de
la informática y la tecnología, como quien sospecha de ciertos embutidos porque
sabe cómo se fabrican. Por arcaica que parezca, la "tecnología
social" de sobres, boletas impresas, urnas, fiscales, listas, telegramas y
conteos provee ciertas garantías éticas y funcionales que lo más avanzado de la
electrónica no parece ofrecer. Lo que aún en épocas de nanotecnología y
exponencialidad sostiene al sistema de voto con boletas, es exactamente lo
mismo que valida el uso de moneditas en cotejos internacionales de fútbol y de
rimas simpáticas en la niñez: una percepción social de transparencia y
legitimidad. Eso no habla del atraso de la tecnología ni de la resistencia al
cambio, sino de lo complejas que son las cuestiones sociales.
Naturalmente, se trata de una cuestión de
grado: ninguna tecnología es infalible ni ajena a cuestionamientos éticos. Y
así es como, luego de cada elección, se escucha hablar de listas fraguadas o de
boletas duplicadas, tanto como de la anécdota de las "bolillas
calientes" en el sorteo del Mundial, que supuestamente indicaban al
encargado de sacarlas cuál debía elegir, tan sólo apelando al tacto.
Es sólo en términos relativos que un sistema
de bolitas y celebridades parece ser más transparente que uno que apele a los
más recientes avances tecnológicos. Imagine el lector el escándalo mayúsculo
que ocurriría si la ceremonia del sorteo del Mundial se limitase a ver cómo un
oscuro jerarca de la FIFA hace aparecer el fixture en una pantalla presionando
un botón que activa un algoritmo, por más matemáticamente sofisticado que este
sea.
Varias cuestiones económicas están sujetas a
la misma tensión entre los avances de la tecnología y las delicadas cuestiones
de transparencia y comunicabilidad. En la Argentina, como en la mayoría de los
países, la medición de la pobreza se realiza con un método de conteo, es decir,
contando a los hogares cuyos ingresos son inferiores a un umbral (la
"línea de pobreza"). De este enfoque es que salen cifras como
"el 30,5% de los hogares argentinos es pobre". Este sistema de conteo
es relativamente simple de computar y, fundamentalmente, de comunicar y validar
socialmente.
Una fuerte crítica a esta metodología es que
sólo distingue entre estar debajo o sobre la línea de pobreza, y nada más.
A modo de ejemplo, si el ingreso de todos
los pobres cayera abruptamente pero no el del resto de la población, la tasa de
pobreza por el método de conteo permanecería inalterada (la cantidad de pobres
no aumentó), aun cuando resulte obvio que el bienestar ha caído (los pobres se
han vuelto más pobres).
Existen métodos estadísticos que permiten
sortear esta cuestión. Por ejemplo, el "enfoque de profundidad" mide
no sólo si un hogar está por debajo de la línea, sino también cuán debajo está.
Pero el cómputo de una tasa de pobreza resultante de este método requiere una
sofisticación técnica simple para el especialista, pero compleja y de difícil
comunicación para el ciudadano común. Nuevamente, no es ni la tecnología ni la
estadística lo que en tiempos de big data prioriza una cifra sencilla, como la
tasa de pobreza por conteo, sino la simplicidad comunicacional que ella
conlleva y la consecuente promesa de transparencia. Sobre la relevancia de esta
cuestión, no es necesario sugerir el peligroso "cóctel de
credibilidad" que resultaría de alimentar oscuros algoritmos con datos
sospechosos, a la luz de las cuestiones que afectaron a la credibilidad de las
estadísticas oficiales de pobreza.
Tal vez no falte mucho tiempo para la
llegada del voto electrónico, para medir la pobreza con algoritmos y datos
chupados de Internet, para que los niños decidan la conformación de equipos con
un clic en sus celulares, o para que el comienzo de un partido se dirima
"revoleando un bitcoin" como jocosamente sugirió alguien en las redes
sociales. Lo que explica el rezago es que en relación a esta problemática
sucede algo parecido a lo que pasa con la velocidad de la luz, que impone un
límite superior al resto de las velocidades: en lo que se refiere a la
construcción de acuerdos sociales, la tecnología no puede avanzar más rápido
que la tasa a la cual la sociedad entera puede garantizar su comprensión y
transparencia.
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