CUESTIONES INDUSTRIALES
Señala Eric Hobsbawm, (pero extremadamente actual
“collect paper” editado en español por la Serie Comunicación Nº 24 de Alberto
Corazón Editor en 1974 aunque el escrito original data de 1965 y fue publicado
por la Universidad de Urbino Italia en 1965) en “Recientes estudios sobre la
Industrialización en Gran Bretaña” que “…no es posible la industrialización
masiva en ausencia de determinadas condiciones previas que permita el
“despegue” generalizado del conjunto de la economía (la observación analítica
de que éstas condiciones previas son necesarias no debe confundirse con la
aseveración de que tales condiciones deban verificarse de un modo determinado o
según una secuencia temporal dada)…”
Hagamos un alto en nuestra cita y preguntémonos si la
República Argentina posee ésas “condiciones previas” que señala el historiador
inglés.
En éste punto muchos confunden las “condiciones previas”
con la existencia o no de determinadas condiciones productivas, como puede ser
la disponibilidad o no de ciertos recursos productivos capaces de participar de
algún modo (aunque éste sea marginal o con algún grado de poder para establecer
los modos y condiciones) del debate sobre la división internacional del
trabajo; debate “silencioso” pero que en el marco de la economía capitalista
resulta vital.
Mucho se habla hoy día sobre esto, tanto desde quienes
pretenden la continuidad o quienes se proponen como alternativa, pero en ningún
caso sus dichos resultan claros y precisos en el reconocimiento que a la
República Argentina se le vuelve a asignar el mismo rol, en el marco de ésta
etapa (no digo nueva, porque el capitalismo siempre ésta, de modo permanente
inmerso en una revolución industrial y en una crisis) de desarrollo capitalista
el de proveedor de “bienes salario” y en tal sentido dichos bienes SIEMPRE
deben cotizar a la baja, más allá de algún momento donde el rol de la
especulación financiera no encontrando la posibilidad de realizar su ganancia
en la producción, la realice en la especulación y como dice Adam Fergusson (“Cuando
muere el dinero – Alianza Editorial) le agrega “espuma a la cerveza” haciendo
que los denominados “commodities” destinados a la reproducción de la fuerza
laboral alcance valores que en lo que va de la noche al día se derrumben y
quede de modo preciso y claro, tal como sucede con una buena cerveza, que la
espuma es sólo eso: espuma.
Es así que la República Argentina sí dispone de sólo
algunas de las “condiciones previas” como por ejemplo la capacidad de
desarrollar lo que en los debates de la Ley de Aduanas de 1870 los ”liberales”
de entonces denominaran “industrias naturales” (en éste punto y sin adoptar
color alguno tal vez para muchos sería de suma importancia estudiar el espíritu
de la Ley de Aduanas promulgada el 18/12/1835 por el entonces Brigadier General
Juan Manuel de Rosas siguiendo la propuesta del Gobernador de Corrientes Pedro
Ferré que desde 1831 venía bregando en pro de la protección a la industria
nacional. Debemos recordar también que Corrientes era sede de los más
importantes astilleros de aquella época) modo de hacer referencia a las
“ventajas comparativas naturales” con que se contaban en aquel momento respecto
del Imperio Británico.
Hoy, en pleno siglo 21 quienes diseñan la matriz
económica de la República Argentina que data de 1997, siguen, aunque de un modo
más sofisticado (se ha desarrollado un conjunto de avances tecnológicos en el
campo de la genética vegetal, de la metodología productiva e incluso en materia
de maquinaria agrícola) aceptando de modo pasivo el rol asignado por los
denominados “first comers” a lo potenciales “late staters” para sostener una
estructura que permita realizar la tasa de ganancia del sector industrial de
los paises centrales en niveles “razonables (categoría de difícil determinación
en el marco del capitalismo).
Ahora bien, esas “condiciones previas” no avanzan mas que
hasta ése punto. Por lo demás la República Argentina carece de algunas
condiciones básicas para el desarrollo industrial:
1.
Un sistema republicano con división de poderes y alta
calidad institucional en su desempeño
2.
La unificación del mercado interno, en un mercado de
carácter nacional con alto grado de integración y descentralización productiva
(dadas las características geográficas de la República Argentina el desarrollo
de una matriz logística que dé prioridad al transporte ferroviario y no al
carretero es entre otras cuestiones básica)
3.
La eliminación por completo del “dualismo económico” (ver
http://www.schwartzereconomia.blogspot.com.ar/ entradas
del 11/04/2015, 01/05/2015 y otras posteriores) poniendo punto final a los
mercados ilegales que hoy cuentan con la complicidad estatal en todos sus
niveles.
Y otras que no listo, no porque las considere marginales,
sino porque el objetivo que me propongo es otro.
En síntesis, las “condiciones previas” a las que se
refiere Eric Hobsbawm están lejos de existir, dado que no es posible hoy en la
República Argentina poder garantizar que las expectativas de beneficios que
cualquier inversor posea al traer su capital a éstas tierras puedan ser
convalidadas de modo concreto “repatriando” dichos beneficios a su lugar de
origen sin que medie o deba enfrentar un laberinto burocrático que desde hace tiempo
fue definido por avezados conocedores de la administración pública de la forma
siguiente: “te invento el problema, te vendo la solución”.
No obstante, nuestro fin es seguir a Eric Hobsbawm en su
“paper”, pero para ello debemos citar, del modo más breve posible, también
nosotros, alguna condición previa. No se trata de un supuesto, ni del “realismo
de los supuestos” (debate iniciado en 1953 por Milton Fridman en “La metodología de la economía
positiva”).
No, se trata
de detallar cuál es la estrategia económica de ésta política económica y que
cualquiera sea el color de los candidatos no parecen querer ni siquiera hablar
y mucho menos plantear una estrategia, no digamos alternativa, sino que
responda a la lógica del desarrollo económico capitalista.
La estrategia
económica actual, autodefinida con bastante ignorancia por parte de quienes así
la denominan como “keynesiana” (pese a haber publicado libros al respecto (lo
que lleva a dudar si realmente han leído los textos que citan); promueve al consumo en sus
formas más perversas y variadas sin tener en cuenta, reiteramos, (o con total
desconocimiento de las cuestiones más elementales del desarrollo capitalista,
ni tampoco importarle si ése consumo, tal como lo señala Joseph Shumpeter es
una “destrucción creadora” o simplemente es un mero consumo que no genera señal
alguna al sistema capitalista en su versión local (las señales que puede
generar al desarrollo capitalista “no local” son nimias, infinitesimales, sin
alcanzar, incluso, la categoría de marginales).
Inmersos como
estamos en una nueva fase de la revolución industrial, debemos recordar que
ésta sólo es posible “…cuando la producción determina la cantidad y la forma
del consumo, es decir, cuando el mercado es función de la capacidad productiva…”
y no a la inversa.
El desarrollo
de los más modernos bienes de consumo, asociados muchos de ellos a los resultados
de la revolución industrial, dependen de la capacidad de producirlos, ya no
sólo prototipo, pequeña escala muestral, sino que producirlos significa hacerlo
bajo condiciones de masividad, bajo precio, alta funcionalidad capaz de crear
la demanda de los mismos y no la demanda existente inicialmente los “ordene” producir.
Nuestro
homenaje a la vapuleada Ley de Say con lo que intentamos exponer el tremendo
error interpretativo de Keynes respecto de que es la demanda la que tracciona
la oferta; error que parece no haber sido percibido por los actuales
diseñadores de la política económica argentina que en un acto de mera “fe”
incentivan la “demanda agregada” creyendo (no olvidemos que es un acto de fe)
que la oferta o sea los productores de bienes y servicios “saldrán enardecidos
a producirlos, invertirán para que ésa demanda agregada no se frustre y dado
que los automatismos no existen, encontraran allí una buena razón para importar
todos aquellos bienes que los los renuentes “industriales” no produzcan. Casi
como un juego de palabras, para éstos imbuidos del «furor teutonicus» (Julio Cesar,
dixit) que diseñan y ejecutan la política económica: la demanda manda. Obviamente nada dicen de cómo la oferta
habrá de operar, organizarse si posee las capacidades tecno-productivas o no y
cómo hacer para que las desarrolle. Esas cuestiones son nimias, marginales,
producto de una cultura de la queja y el rentismo.
Ya Hollis Chenery en 1960 (Patterns of
Industrial Growt, publicado en American Economic Review) advirtió que los cambios en la oferta son más
importantes que los cambios en la demanda y en particular señaló que un
país (y mencionemos ya mismo a la Argentina- un “late starters” para el autor-
para evitar eufemismos, confusiones, etc) que tiene un incremento en su “renta
nacional” pero que dicho incremento no es simétrico o trasladado a los
incrementos de la rentabilidad, tendrá una muy baja tasa de industrialización
en tanto los productores de bienes habrán de perder los incentivos para
incorporar nuevos materiales, nuevas tecnologías, nuevos procedimientos y
formas de gestión para dar lugar a nuevos productos masivos a bajo precio y que
calmen una demanda que muchas veces explota de ansiedad (estoy pensando en los
“locos consumidores” de los productos de alta tecnología en materia electrónica
como los Smartphone que acampan bajo la nieve para obtenerlos pero,
simultáneamente, pienso en la estrategia de quienes lo producen para alimentar
ésa ansiedad de la demanda que no se “aplaca ni con toneladas de clonazepan y
sus variados sucedáneos).
Para poder llegar a
análisis y posteriores propuestas serias y responsables sobre el desarrollo
económico no se puede obviar la cuestión del modo en que, como república
Argentina, participamos de4 la Revolución Industrial en curso. No basta, como
bien señala Eric Hobsbawm, “…la simple multiplicación de los bienes
producidos con métodos anticuados…”, sino que la política económica (aunque se
trata de la política en general) debe promover la creación, incorporación, y
puesta en marcha de nuevas técnicas de producción, de nuevos sistemas de
organización de la producción (ya sea en nuevas fábricas, talleres o creando parques
industriales temáticos o multisectoriales, etc).
Se trata, señala con acierto Eric Hobsbawm, de un CAMBIO CUALITATIVO (el destacado
es mío) y no como se lo pretende presentar de modo habitual de un mero cambio
cuantitativo (¿de qué nos sirve más
de lo mismo si estamos reproduciendo la baja productividad, los viejos y peores
métodos productivos, las malas prácticas, utilizando materiales obsoletos y
aplicando estructuras, metodologías y expresiones del pensamiento que no se
condicen no con una “aparente” modernidad, sino con el “core bussines” del
desarrollo capitalista que es la producción. No se trata sólo de la
multiplicación de lo que ya se produce, con las tecnologías ya maduras, sino
la creación de nuevos y mejores productos, el desarrollo de nuevos materiales,
procedimientos y métodos de gestión, de nuevas tecnologías y nuevas formas de
organización de la producción que demandan de modo urgente e imperativo, la
inclusión social, mejoras sustantivas de la distribución (no mediante la excusa
del “derrame” que es un método “ex post” (algo así como llegar con el remedio
cuando el enfermo está muerto), sino mediante salarios reales crecientes enlazados
a las mejoras no sólo de la productividad, de la innovación, de la I+D+d, es
decir a los aportes que la industrialización hace al desarrollo económico.
Pareciera que, malos alumnos al fín, no recuerdan pese a
decir que han leído y estudiado a Karl Marx que el modo de producción capitalista
no admite particularidades dentro de lo general, es decir, no es posible el
desarrollo de “terceras posiciones” (por más que la ONU, que para nada sirve,
haya dado muestras de simpatía con los deudores, con sistemáticos transgresores
–hacia dentro y hacia afuera – de las leyes que “regulan” el desarrollo capitalista.
Hoy, más que nunca, –y quiero especificarlo porque he
mencionado el “revolución industrial” como si fuese un genérico- no existe
“una revolución industrial” (aunque al señalarlo como genérico intentamos una
simplificación), sino que debemos hablar de “revoluciones industriales”
sectoriales (tal es el caso de la Argentina que se encuentra inmersa en la revolución
industrial del sector agrícola granario) pero que no logra ni asomarse a la
participación en la revolución industrial que acontece en el sector de los materiales,
bienes de capital o procedimientos de producción.
Esa asimetría es un elemento fundamental en el bajo nivel
de formación de capital, primero y de inversión, después.
Mientras tanto, es parte de la lógica capitalista que la
industrialización, aun de baja calidad e intensidad, se dirija primero hacia
los sectores que ya expresan una demanda reconocida. Allí, el industrial sólo debe
repetir sus procedimientos y en algunos casos sólo expandirlos para abastecer.
Pero en el capitalismo, una vez agotada esa fase
“primitiva” (porque ni siquiera da lugar a una acumulación de capital, sino que
se mezclan “excedentes con forma de renta” (generadas por mercados escasamente
competitivos) y ganancia (proveniente del anticipo de los medios de producción
( ya los Fisiocratas Quesnay y Dupont lo describieron con precisión) y esa
“mezcla” o superposición lejos de ir dirigida a la formación de capital o a la
acumulación ampliada, se dirige a perseverarse en activos de resguardo que poco
y nada tienen que ver con la industrialización.
Finalmente, queremos dejar algunas cuestiones, para
nosotros fundamentales, para un desarrollo capitalista de base industrial.
·
En primer lugar, las cuestiones ligadas al desarrollo
poblacional y su asentamiento en el territorio. Esta cuestión es básica, porque
allí donde hay población es posible asentar industrias y crear demanda. La
República Argentina plantea una heterogeneidad que parece de muy compleja
resolución. Su no abordaje, pone en evidencia el escaso interés en el
desarrollo industrial y la maximización del modelo agrícola para el cual la
tierra es un insumo estratégico. Las migraciones internas unidireccionales
(hacia Buenos Aires y su Conurbano son fuente de incremento de la marginalidad
y del empobrecimiento de la calidad de vida. Esta cuestión es de máxima
prioridad de la política pública.
En nuestra opinión, la República
Argentina debe encarar una política de repoblación de su espacio territorial
con adecuadas políticas de promoción industrial (prefiero evitar mencionar 2
experiencias escandalosas ya desarrolladas: el Acta de Reparación Histórica que
involucró a La Rioja, Catamarca y San Juan o la Zona Aduanera Especial de
Tierra del Fuego); es decir, lo que NO hay que hacer ya se conoce.
·
Esta cuestión de la repoblación para inducir el
desarrollo industrial debe ir acompañada de una profunda transformación en el
sistema logístico nacional. Ya no es posible (por más que se aprueben los “bi-trenes”)
pensar que la repoblación territorial y el fomento de la relocalización
industrial y su producción debe depender del transporte carretero. Reiteramos,
la política pública en materia de infraestructura de transporte debe priorizar
el transporte ferroviario, su organización multimodal, la revalorización de las
hidrovías, etc.
Bajar los costos de la logística interna es una
necesidad estratégica de máxima prioridad.
·
No existe posibilidad alguna de desarrollo económico y consecuentemente
de industrialización sólo basados en el mercado interno. La exportación de
productos industriales es una necesidad imperativa para que esto ocurra. Es
ése diálogo con los mercados mundiales lo que promueve, incentiva y lleva a
incorporar los avances y resultados de la revolución industrial a la
producción. La demanda doméstica jamás logrará, por sí sola que esto ocurra.
Obviamente se requieren políticas ya no sólo de
promoción de exportaciones, sino que es de carácter central la reconducción de
la política exterior hacia una mirada estratégica de los flujos comerciales
(tal vez el El Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP,
por sus siglas en inglés) que afectará el 40 por ciento de la economía mundial
sea un ejemplo a analizar y tener en cuenta).
·
Finalmente, mencionábamos al principio que una de las “condiciones
previas” del desarrollo económico y la industrialización, es la calidad
institucional. Volvemos, para cerrar, a subrayarlo. Cuando se habla de
proyectos uno debe mostrarle al inversor –capitalista al fin- que el valor
presente del futuro es más alto que el valor presente actual y que la tasa
interna de retorno del proyecto bien justifica tanto el riesgo a tomar como el
viaje. Hoy, bajo estas condiciones institucionales tal demostración es de
imposible ocurrencia. ¿Tal vez debamos empezar por ahí?
Buenos Aires, 12 de
octubre de 2015
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