12 octubre 2015

CUESTIONES INDUSTRIALES

CUESTIONES INDUSTRIALES

Señala Eric Hobsbawm, (pero extremadamente actual “collect paper” editado en español por la Serie Comunicación Nº 24 de Alberto Corazón Editor en 1974 aunque el escrito original data de 1965 y fue publicado por la Universidad de Urbino Italia en 1965) en “Recientes estudios sobre la Industrialización en Gran Bretaña” que “…no es posible la industrialización masiva en ausencia de determinadas condiciones previas que permita el “despegue” gene­ralizado del conjunto de la economía (la observación analítica de que éstas condiciones pre­vias son necesarias no debe confundirse con la aseveración de que tales condiciones deban verificarse de un modo determinado o según una secuencia temporal dada)…”

Hagamos un alto en nuestra cita y preguntémonos si la República Argentina posee ésas “condiciones previas” que señala el historiador inglés.

En éste punto muchos confunden las “condiciones previas” con la existencia o no de deter­minadas condiciones productivas, como puede ser la disponibilidad o no de ciertos recursos productivos capaces de participar de algún modo (aunque éste sea marginal o con algún grado de poder para establecer los modos y condiciones) del debate sobre la división inter­nacional del trabajo; debate “silencioso” pero que en el marco de la economía capitalista resulta vital.

Mucho se habla hoy día sobre esto, tanto desde quienes pretenden la continuidad o quienes se proponen como alternativa, pero en ningún caso sus dichos resultan claros y precisos en el reconocimiento que a la República Argentina se le vuelve a asignar el mismo rol, en el marco de ésta etapa (no digo nueva, porque el capitalismo siempre ésta, de modo perma­nente inmerso en una revolución industrial y en una crisis) de desarrollo capitalista el de proveedor de “bienes salario” y en tal sentido dichos bienes SIEMPRE deben cotizar a la baja, más allá de algún momento donde el rol de la especulación financiera no encontrando la posibilidad de realizar su ganancia en la producción, la realice en la especulación y como dice Adam Fergusson (“Cuando muere el dinero – Alianza Editorial) le agrega “espuma a la cerveza” haciendo que los denominados “commodities” destinados a la reproducción de la fuerza laboral alcance valores que en lo que va de la noche al día se derrumben y quede de modo preciso y claro, tal como sucede con una buena cerveza, que la espuma es sólo eso: espuma.

Es así que la República Argentina sí dispone de sólo algunas de las “condiciones previas” como por ejemplo la capacidad de desarrollar lo que en los debates de la Ley de Aduanas de 1870 los ”liberales” de entonces denominaran “industrias naturales” (en éste punto y sin adoptar color alguno tal vez para muchos sería de suma importancia estudiar el espíritu de la Ley de Aduanas promulgada el 18/12/1835 por el entonces Brigadier General Juan Ma­nuel de Rosas siguiendo la propuesta del Gobernador de Corrientes Pedro Ferré que desde 1831 venía bregando en pro de la protección a la industria nacional. Debemos recordar también que Corrientes era sede de los más importantes astilleros de aquella época) modo de hacer referencia a las “ventajas comparativas naturales” con que se contaban en aquel momento respecto del Imperio Británico.

Hoy, en pleno siglo 21 quienes diseñan la matriz económica de la República Argentina que data de 1997, siguen, aunque de un modo más sofisticado (se ha desarrollado un conjunto de avances tecnológicos en el campo de la genética vegetal, de la metodología productiva e incluso en materia de maquinaria agrícola) aceptando de modo pasivo el rol asignado por los denominados “first comers” a lo potenciales “late staters” para sostener una estructura que permita realizar la tasa de ganancia del sector industrial de los paises centrales en ni­veles “razonables (categoría de difícil determinación en el marco del capitalismo).

Ahora bien, esas “condiciones previas” no avanzan mas que hasta ése punto. Por lo demás la República Argentina carece de algunas condiciones básicas para el desarrollo industrial:

1.      Un sistema republicano con división de poderes y alta calidad institucional en su desem­peño
2.      La unificación del mercado interno, en un mercado de carácter nacional con alto grado de integración y descentralización productiva (dadas las características geográficas de la República Argentina el desarrollo de una matriz logística que dé prioridad al transporte ferroviario y no al carretero es entre otras cuestiones básica)
3.      La eliminación por completo del “dualismo económico” (ver http://www.schwartzereconomia.blogspot.com.ar/ entradas del 11/04/2015, 01/05/2015 y otras posteriores) poniendo punto final a los mercados ilegales que hoy cuentan con la complicidad estatal en todos sus niveles.

Y otras que no listo, no porque las considere marginales, sino porque el objetivo que me propongo es otro.

En síntesis, las “condiciones previas” a las que se refiere Eric Hobsbawm están lejos de existir, dado que no es posible hoy en la República Argentina poder garantizar que las ex­pectativas de beneficios que cualquier inversor posea al traer su capital a éstas tierras pue­dan ser convalidadas de modo concreto “repatriando” dichos beneficios a su lugar de origen sin que medie o deba enfrentar un laberinto burocrático que desde hace tiempo fue definido por avezados conocedores de la administración pública de la forma siguiente: “te invento el problema, te vendo la solución”.

No obstante, nuestro fin es seguir a Eric Hobsbawm en su “paper”, pero para ello debemos citar, del modo más breve posible, también nosotros, alguna condición previa. No se trata de un supuesto, ni del “realismo de los supuestos” (debate iniciado en 1953 por Milton Fridman en “La metodología de la economía positiva”).

No, se trata de detallar cuál es la estrategia económica de ésta política económica y que cualquiera sea el color de los candidatos no parecen querer ni siquiera hablar y mucho me­nos plantear una estrategia, no digamos alternativa, sino que responda a la lógica del desarrollo económico capitalista.

La estrategia económica actual, autodefinida con bastante ignorancia por parte de quienes así la denominan como “keynesiana” (pese a haber publicado libros al respecto (lo que lleva a dudar si realmente han leído los textos que citan); promueve al consumo en sus formas más perversas y variadas sin tener en cuenta, reiteramos, (o con total desconocimiento de las cuestiones más elementales del desarrollo capitalista, ni tampoco importarle si ése con­sumo, tal como lo señala Joseph Shumpeter es una “destrucción creadora” o simplemente es un mero consumo que no genera señal alguna al sistema capitalista en su versión local (las señales que puede generar al desarrollo capitalista “no local” son nimias, infinitesima­les, sin alcanzar, incluso, la categoría de marginales).

Inmersos como estamos en una nueva fase de la revolución industrial, debemos recordar que ésta sólo es posible “…cuando la producción determina la cantidad y la forma del con­sumo, es decir, cuando el mercado es función de la capacidad productiva…” y no a la in­versa.

El desarrollo de los más modernos bienes de consumo, asociados muchos de ellos a los re­sultados de la revolución industrial, dependen de la capacidad de producirlos, ya no sólo prototipo, pequeña escala muestral, sino que producirlos significa hacerlo bajo condiciones de masividad, bajo precio, alta funcionalidad capaz de crear la demanda de los mismos y no la demanda existente inicialmente los “ordene” producir.

Nuestro homenaje a la vapuleada Ley de Say con lo que intentamos exponer el tremendo error interpretativo de Keynes respecto de que es la demanda la que tracciona la oferta; error que parece no haber sido percibido por los actuales diseñadores de la política econó­mica argentina que en un acto de mera “fe” incentivan la “demanda agregada” creyendo (no olvidemos que es un acto de fe) que la oferta o sea los productores de bienes y servi­cios “saldrán enardecidos a producirlos, invertirán para que ésa demanda agregada no se frustre y dado que los automatismos no existen, encontraran allí una buena razón para im­portar todos aquellos bienes que los los renuentes “industriales” no produzcan. Casi como un juego de palabras, para éstos imbuidos del «furor teutonicus» (Julio Cesar, dixit) que diseñan y ejecutan la política económica: la demanda manda. Obviamente nada dicen de cómo la oferta habrá de operar, organizarse si posee las capacidades tecno-productivas o no y cómo hacer para que las desarrolle. Esas cuestiones son nimias, marginales, producto de una cultura de la queja y el rentismo.

Ya  Hollis Chenery en 1960 (Patterns of Industrial Growt, publicado en American Economic Review) advirtió que los cambios en la oferta son más importantes que los cambios en la demanda y en particular señaló que un país (y mencionemos ya mismo a la Argentina- un “late starters” para el autor- para evitar eufemismos, confusiones, etc) que tiene un incremento en su “renta nacional” pero que dicho incremento no es simétrico o trasladado a los incrementos de la rentabilidad, tendrá una muy baja tasa de industrializa­ción en tanto los productores de bienes habrán de perder los incentivos para incorporar nuevos materiales, nuevas tecnologías, nuevos procedimientos y formas de gestión para dar lugar a nuevos productos masivos a bajo precio y que calmen una demanda que muchas veces explota de ansiedad (estoy pensando en los “locos consumidores” de los productos de alta tecnología en materia electrónica como los Smartphone que acampan bajo la nieve para obtenerlos pero, simultáneamente, pienso en la estrategia de quienes lo producen para alimentar ésa ansiedad de la demanda que no se “aplaca ni con toneladas de clonazepan y sus variados sucedáneos).

Para poder llegar a análisis y posteriores propuestas serias y responsables sobre el desarro­llo económico no se puede obviar la cuestión del modo en que, como república Argentina, participamos de4 la Revolución Industrial en curso. No basta, como bien señala Eric Hobsbawm, “…la simple multiplicación de los bienes producidos con métodos anticuados…”, sino que la política económica (aunque se trata de la política en general) debe promover la creación, incorporación, y puesta en marcha de nuevas técnicas de producción, de nuevos sistemas de organización de la producción (ya sea en nuevas fábricas, talleres o creando parques industriales temáticos o multisectoriales, etc).

Se trata, señala con acierto Eric Hobsbawm, de un CAMBIO CUALITATIVO (el destacado es mío) y no como se lo pretende presentar de modo habitual de un mero cambio cuantita­tivo (¿de qué nos sirve más de lo mismo si estamos reproduciendo la baja productividad, los viejos y peores métodos productivos, las malas prácticas, utilizando materiales obsoletos y aplicando estructuras, metodologías y expresiones del pensamiento que no se condicen no con una “aparente” modernidad, sino con el “core bussines” del desarrollo capitalista que es la producción. No se trata sólo de la multiplicación de lo que ya se produce, con las tecnolo­gías ya maduras, sino la creación de nuevos y mejores productos, el desarrollo de nuevos materiales, procedimientos y métodos de gestión, de nuevas tecnologías y nuevas formas de organización de la producción que demandan de modo urgente e imperativo, la inclusión social, mejoras sustantivas de la distribución (no mediante la excusa del “derrame” que es un método “ex post” (algo así como llegar con el remedio cuando el enfermo está muerto), sino mediante salarios reales crecientes enlazados a las mejoras no sólo de la productivi­dad, de la innovación, de la I+D+d, es decir a los aportes que la industrialización hace al desarrollo económico.

Pareciera que, malos alumnos al fín, no recuerdan pese a decir que han leído y estudiado a Karl Marx que el modo de producción capitalista no admite particularidades dentro de lo general, es decir, no es posible el desarrollo de “terceras posiciones” (por más que la ONU, que para nada sirve, haya dado muestras de simpatía con los deudores, con sistemáticos transgresores –hacia dentro y hacia afuera – de las leyes que “regulan” el desarrollo capita­lista.

Hoy, más que nunca, –y quiero especificarlo porque he mencionado el “revolución indus­trial” como si fuese un genérico- no existe “una revolución industrial” (aunque al señalarlo como genérico intentamos una simplificación), sino que debemos hablar de “revoluciones industriales” sectoriales (tal es el caso de la Argentina que se encuentra inmersa en la re­volución industrial del sector agrícola granario) pero que no logra ni asomarse a la partici­pación en la revolución industrial que acontece en el sector de los materiales, bienes de ca­pital o procedimientos de producción.

Esa asimetría es un elemento fundamental en el bajo nivel de formación de capital, primero y de inversión, después.

Mientras tanto, es parte de la lógica capitalista que la industrialización, aun de baja calidad e intensidad, se dirija primero hacia los sectores que ya expresan una demanda reconocida. Allí, el industrial sólo debe repetir sus procedimientos y en algunos casos sólo expandirlos para abastecer.

Pero en el capitalismo, una vez agotada esa fase “primitiva” (porque ni siquiera da lugar a una acumulación de capital, sino que se mezclan “excedentes con forma de renta” (genera­das por mercados escasamente competitivos) y ganancia (proveniente del anticipo de los medios de producción ( ya los Fisiocratas Quesnay y Dupont lo describieron con precisión) y esa “mezcla” o superposición lejos de ir dirigida a la formación de capital o a la acumulación ampliada, se dirige a perseverarse en activos de resguardo que poco y nada tienen que ver con la industrialización.

Finalmente, queremos dejar algunas cuestiones, para nosotros fundamentales, para un desarrollo capitalista de base industrial.

·        En primer lugar, las cuestiones ligadas al desarrollo poblacional y su asentamiento en el territorio. Esta cuestión es básica, porque allí donde hay población es posible asentar in­dustrias y crear demanda. La República Argentina plantea una heterogeneidad que pa­rece de muy compleja resolución. Su no abordaje, pone en evidencia el escaso interés en el desarrollo industrial y la maximización del modelo agrícola para el cual la tierra es un insumo estratégico. Las migraciones internas unidireccionales (hacia Buenos Aires y su Conurbano son fuente de incremento de la marginalidad y del empobrecimiento de la calidad de vida. Esta cuestión es de máxima prioridad de la política pública.

En nuestra opinión, la República Argentina debe encarar una política de repoblación de su espacio territorial con adecuadas políticas de promoción industrial (prefiero evitar mencionar 2 experiencias escandalosas ya desarrolladas: el Acta de Reparación Histórica que involucró a La Rioja, Catamarca y San Juan o la Zona Aduanera Especial de Tierra del Fuego); es decir, lo que NO hay que hacer ya se conoce.

·        Esta cuestión de la repoblación para inducir el desarrollo industrial debe ir acompañada de una profunda transformación en el sistema logístico nacional. Ya no es posible (por más que se aprueben los “bi-trenes”) pensar que la repoblación territorial y el fomento de la relocalización industrial y su producción debe depender del transporte carretero. Reiteramos, la política pública en materia de infraestructura de transporte debe priorizar el transporte ferroviario, su organización multimodal, la revalorización de las hidrovías, etc.

Bajar los costos de la logística interna es una necesidad estratégica de máxima priori­dad.

·        No existe posibilidad alguna de desarrollo económico y consecuentemente de industrializa­ción sólo basados en el mercado interno. La exportación de productos in­dustriales es una necesidad imperativa para que esto ocurra. Es ése diálogo con los mercados mundiales lo que promueve, incentiva y lleva a incorporar los avances y re­sultados de la revolución industrial a la producción. La demanda doméstica jamás lo­grará, por sí sola que esto ocurra.

Obviamente se requieren políticas ya no sólo de promoción de exportaciones, sino que es de carácter central la reconducción de la política exterior hacia una mirada estraté­gica de los flujos comerciales (tal vez el El Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) que afectará el 40 por ciento de la economía mundial sea un ejemplo a analizar y tener en cuenta).

·        Finalmente, mencionábamos al principio que una de las “condiciones previas” del desarro­llo económico y la industrialización, es la calidad institucional. Volvemos, para cerrar, a subrayarlo. Cuando se habla de proyectos uno debe mostrarle al inversor –ca­pitalista al fin- que el valor presente del futuro es más alto que el valor presente actual y que la tasa interna de retorno del proyecto bien justifica tanto el riesgo a tomar como el viaje. Hoy, bajo estas condiciones institucionales tal demostración es de imposible ocurrencia. ¿Tal vez debamos empezar por ahí?


Buenos Aires, 12 de octubre de 2015

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