27 febrero 2010

DE LA COPA A LA BOCA SIN DERRAMES

Señala un Documento de la UIA: "Luego de tres décadas de fuerte volatilidad y un marco macroeconómico que atentó contra el desarrollo y la integración del sector productivo, cuyos resultados culminaron en la peor crisis de nuestra historia afines de 2001.". Esta "reducción" y simplificación histórica merece un comentario.

Sin ir más lejos la base de la cuestión se concentra, aparentemente, desde los años 70. De ahí en más se configura un ciclo histórico que, data su fase final en el 2º semestre del 1998 y que concluyó en una crisis política, social y económica cuyo epicentro ocurrió en los últimos días de diciembre del 2001.

En nuestra visión, debería profundizarse la autocrítica de los sectores empresarios evitando poner a todos en la misma bolsa.

Frente a la inestabilidad política y social, los sectores más concentrados y ligados a intereses multinacionales (independientemente de la carta de ciudadanía de su capital originario) permitieron, y en muchos casos usufructuaron, de un proceso de concentración económica que arrasó a miles de pymes, empleos y diezmó la Industria Nacional instalando la cultura del "sálvese quien pueda" que abrió paso en la sociedad a una fragmentación interna que no podía tener otro final que una democracia débil, cargada de un pasivo político de dolor.

Sometida por ese pasivo y limitada por el endeudamiento externo, del que reiteramos muchos empresarios deben hacerse cargo, la inestabilidad institucional resultó aún más condicionada por la falta de voluntad democrática de importantes sectores corporativos y políticos conjugados para limitar a su favor y sin tener en cuenta al conjunto de la sociedad, la calidad y fortaleza institucional de la República.

La denominada "hiperinflación de 1989" no fue más que la expresión de conflagración política abierta en la sociedad y la puja corporativa pareció poner un primer, y determinante, límite al necesario fortalecimiento democrático.

Se abrió así un proceso de reagrupamiento político y económico del que participaron los sectores más concentrados del empresariado, quienes, marginando a las PYME, no llegaron a comprender el verdadero significado estratégico de la denominada "desregulación económica".

Deslumbrados por el "clima favorable para los negocios" e irresponsablemente ajenos al deterioro social que comenzaba a carcomer las bases institucionales de la organización social, no repararon que sería ese deterioro primero y luego la fragmentación y exclusión social que ése "clima propicio" generaba el fundamento mismo de la explosión social.

El enrarecimiento del "clima propicio" por la marginalidad y la desorganización económica que fomentaban permitió la irrupción violenta de "grupos" o "dirigentes" lograron, apelando a la violencia, insertarse y obtener "legitimidad" en una sociedad donde la pobreza y la miseria habían "incluido" a un cuarto de la población, paradójicamente, en las políticas de exclusión social.

Las PYME también fueron arrasadas y las expresiones que decían representar sus intereses no se hicieron eco de ésta realidad. La "política de lobbies" ahogo la participación y las demandas de las PYME y las sublimo a ámbitos marginales fuera de los espacios de decisión.

Excluidas del "clima de negocios", azotadas por una política económica autista y abroquelada en sus discursos, muchas, más de las que las estadísticas reflejan, fueron enviadas a la marginalidad, la quiebra, la desaparición silenciosa y fueron "incluidas" en el nuevo mapa de la pobreza de la Argentina (la categoría sociológica de "nuevos pobres" intento sintetizar ésta realidad de la PYME y los sectores medios con calificación profesional sea universitaria o no).

La lección del 2001 parece no haber sido aprendida y las políticas públicas desarrolladas, sobre todo a partir del 2003 cuando la situación económica parecía tener un clima internacional favorable para revertirse, lejos de ser utilizado para promover el desarrollo económico y social y recuperar la calidad institucional, se abocó a darle continuidad a un modelo de concentración económica que, aunque maquillado por un supuesto auge, nos trajo 7 años después a una nueva expresión de la crisis pero ahora en un punto de posible retorno más difícil y complejo y que requiere como condición necesaria de la fortaleza y calidad institucional.

Nuevamente el endeudamiento externo sin resolver, los intereses corporativos, la marginación de las PYME, la extensión del desempleo y la pobreza a lo que debe sumarse el creciente clima de violencia verbal y de irrespeto a los acuerdos que se alcanzan generan una plataforma que pone a la sociedad en vilo e impide que la imaginación, el trabajo y la producción generen las condiciones para revertir la pobreza y la miseria.

La fortaleza y calidad que se reclama no es una expresión teórica o académica.

La fortaleza y calidad institucional requiere de una cultura política que parece no encontrarse en los sectores dirigentes de la política argentina.

Sometimiento a la ley, respeto al funcionamiento de las instituciones, erradicar la soberbia y la arrogancia que se ejerce "desde el púlpito"; mostrar coherencia republicana y democrática. ¿Cómo puede la sociedad confiar en dirigentes que se hacen cada vez más ricos mientras ellos son cada vez más pobres?

Nos preguntamos a modo de ejemplo, ¿qué políticas macroeconómicas pueden diseñarse si el parlamento nacional está sujeto a chicanas y picardías? ¿Qué política de justicia social es posible si se promueve la apropiación corporativa de quienes "dirigen" y "organizan" a los ciudadanos a quienes la pobreza y la miseria atacan con más intensidad sometiéndolos – con la complicidad de las autoridades - al clientelismo más vil porque para agravarlo se apropian indiscriminadamente de una parte de la ayuda estatal? ¿Cómo es posible imaginar y diseñar políticas públicas si se avasallan las leyes e instituciones por los gustos y caprichos personales? ¿Cómo es posible superar la pobreza y la miseria de millones de conciudadanos si en los hechos se los pretende "utilizar" para azuzar enfrentamientos y disputas entre los argentinos?

Entonces, formular propuestas de carácter macroeconómicas requiere como condición necesaria – y casi suficiente – fortaleza institucional y esa es, responsablemente para las PYME, la primera demanda a enlistar.

Más aún, quienes hoy se reclaman como abanderados del keynesianismo para el diseño de políticas macroeconómicas deberían tener presente que la condición fundamental en la el propio Keynes fundaba sus recomendaciones eran la altísima calidad y fortaleza de las instituciones inglesas. Decía Keynes refiriéndose a las políticas de estimulo en dinero que se corre el riesgo "… de que el líquido se pueda caer entre la copa y la boca…".

En una sociedad donde lo que impera es el derrame incontrolado de recursos públicos, Keynes no sería keynesiano.

Quilmes, 27 de febrero de 2010

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