CONSUMIDORES Y DESARROLLO
Más allá que
puedan existir otras formas de clasificar a los consumidores, lo cierto es que
éste es aquel que es capaz de darle “finish”, de completar el ciclo “producción-distribución-cambio-consumo”
de modo que ése consumo sea una “destrucción creativa”, es decir, que el acto
de consumir destruya lo producido y que dé señales inequívocas a los “productores”
de reiniciar el ciclo.
Una de las
señales básicas –aunque no la única- que mueve a los productores a llevar
adelante procesos de inversión que redundan en la modernización o innovación de
los procesos productivos o en mejoras sustantivas en la productividad fabril
(ya sea que tenga origen en la acción de los trabajadores o en la reestructuración
e incorporación de capital fijo (máquinas y equipos de producción)- es la
sustentabilidad de la “destrucción creadora”.
Para que ésa “destrucción
creadora” ponga en evidencia su sustentabilidad creadora e incite a los
productores a repetir una vez más el ciclo de “producción-distribución-cambio-consumo”
las señales debe partir de “consumidores activos”, es decir, de consumidores
cuya fuente de ingreso y la disponibilidad del mismo (es decir neto de
impuestos y otras cargas) sean también no sólo sustentable sino que surjan de
fuente genuina (es decir sean el resultado del denominado “trabajo decente” y
que simultáneamente la políticas pública de un marco de tal entidad que
permita, también, la sustentabilidad del mismo.
Bajo éstas
condiciones un “consumidor”
es denominado “activo” por
quienes tenemos vocación por la formulación de proyectos y el desarrollo de
análisis de riesgo, en particular de las PYME.
Sin embargo, en
la Argentina hay dos indicadores que muestran el crecimiento de la otra “cara
de la moneda”: los consumidores
pasivos.
Por un lado va desmoronándose
la denomina “Tasa de Actividad” del mercado de trabajo que se mantuvo en
alrededor del 45/46% en la década 2003-2013 y que se desmoronó a partir de ése
año a un 43/44%. Dice Anabella Quiroga hoy (06/09/2015) hoy en Clarín que “los
analistas” lo adjudican al “efecto desaliento”, es decir, podríamos traducir
que “los analistas” culpan o responsabilizan de ésta situación a la mejor causalidad:
los argentinos son “vagos y mal entretenidos” apareciendo como “correctamente”
ignorantes de otras causalidades que tienen fundamento en un proyecto que
promueve el clientelismo político como puerta de entrada a una suerte de
fascismo, que parece haberse puesto de “moda” en ciertos movimientos o grupos
políticos proclives a las “monarquías de derecho divino”.
Por otra parte,
otro signo del modo creciente en que se desarrolla el universo de “consumidores pasivos” es que en la
Argentina hay más de 18 millones de ciudadanos que son receptores de todo tipo
de aporte estatal para intentar evitar (no se ve palmariamente que lo logren)
una catástrofe humanitaria de la que hoy, en otras latitudes, se avergüenza la
humanidad.
Esos “aportes
estatales” (AUH, etc) de por sí exiguos y siempre referidos a la organización
clientelar para su percepción alimentan otros modos de gestión de la fuerza de
trabajo “desalentada”: distribución de droga, robos, mano de obra orientada a
formas catalogada por los códigos de convivencia como “delito” u otras no
contempladas como tales pero que resultan ignominiosas como la prostitución.
Para el
desarrollo capitalista (no está acá en debate lo que personalmente pienso de
él), “los consumidores pasivos” no
dan fundamento alguno a mejoras en la “composición orgánica del capital”, es
decir a la inversión en máquinas, equipos de producción, conocimiento (expresado
en sus múltiples formas tecnológicas), a la introducción de nuevos formatos
(lay out) de producción que den lugar tanto a mejoras sustantivas en la
productividad como a la aparición de nuevos productos o servicios.
Así entonces, los
indicadores de crecimiento en las ventas (por ejemplo como lo señala CCR) no
animan a la producción porque ésta bien sabe que ése “crecimiento” no es
sustentable. Está basado en el incremento del endeudamiento personal y en el
incremento, ya percibido, de los aportes estatales a la población sometida a la
exclusión social ( es decir, otra forma de describir a los “consumidores
pasivos”).
Estamos en el “reino
de la fantasía” custodiados por el terror que deviene en la expresión de deseos
de continuidad.
Han quebrado la
audacia, han creado un universo de “consumidores pasivos” de tales dimensiones qué
no motivan el “trabajo productivo” y sin
él, las llamadas “fuerzas del mercado” ejercen señales débiles y poco
movilizadoras.
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