07 septiembre 2008

SORPRESA

En una rara mezcla de fatalismo y exitismo, un dirigente empresario señaló hace ya algunos años que “estábamos condenados al éxito”. La historia parece haberse quedado con la condena y enviado el éxito al destierro.

Para la lógica capitalista, como Nación, portamos la vergüenza del deudor impenitente, y para enmendarnos, no basta pagar sólo algunas deudas mientras se continúan desconociendo otras a las que un Ministro cargado de picardía les dice “fueron”.

La metodología de gestión parece ser LA SORPRESA.

Para la Real Academia Española, “sorpresa” es “conmover, suspender o maravillar con algo imprevisto, raro o incomprensible”; para otros, “sorpresa es un breve estado emocional, resultado de un evento inesperado”.

“Incomprensible”, “inesperado”, es precisa y exactamente lo opuesto a lo previsible, a lo fundado que demandan, quienes aún, pese a los desmanes cometidos, intentan ayudar, comprender y acompañar.

La sorpresa no motiva la confianza, no promueve la certeza, no apela al trabajo, pone signos de interrogación sobre el cálculo económico y hace opaca la realidad, agrega confusión a la estabilidad institucional, porque en su necesaria y explosiva novedad, la sorpresa avasalla toda la organización institucional establecida porque, después de todo, si de algo trata el sorprender, es de mostrarle y demostrarle a ése orden la capacidad de ser sobrepasado, desatendido e ignorado y la capacidad de transgredir se manifiesta como el combustible que alimenta, en éstos casos, el seguro fracaso.

En materia económica, a los acreedores y los potenciales inversores – cualesquiera que fuesen su nacionalidad o tamaño, no les gustan las sorpresas. Ni las gratas ni las ingratas, porque, aunque le saquen algún beneficio a la maravilla que se anuncia nunca podrán conocer su suerte en la próxima conmoción, en el próximo imprevisto.

El desarrollo económico requiere planificación, la distribución del ingreso requiere una muy ajustada contabilidad para poder fundar la equidad, no se puede erradicar la pobreza y la miseria apelando a la sorpresa, esta aporta sólo un instante de maravilla, de radiante luminosidad que aplaudimos de pié, pero no genera una estrategia, una política consistente y sustentable para resolverla.

La sorpresa, para serlo, requiere el secreto, la confidencia, funda un círculo áulico de iniciados y descree de la participación ciudadana. Nos pone en vilo, ejerce un poder magnifico y descontrolado, reniega de la inteligencia, pone a la lógica en ridículo, genera conmoción y convierte a los ciudadanos en incrédulos espectadores,  obligados a la intuición , a la tensa espera y reducidos a ser pobres buscadores de dudosos presagios.

Quilmes, 7 de septiembre de 2008

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