13 febrero 2018

LA INFLACIÓN: ¿QUÉ SE OCULTA DETRÁS?



LA INFLACIÓN: ¿QUÉ SE OCULTA DETRÁS?


Definir “inflación” es una tautología. ¿qué es la inflación? Los precios aumentan porque los precios aumentan.
 
Pero esa tautología ha dado paso a un a una “ciencia” en sí. El estudio, análisis y una serie de articulaciones metodológicas y debates de una seriedad y fundamentación tal en torno a que los precios muestran incrementos derivados de aumentos sistemáticos y permanentes de los precios.

Encontramos así acólitos perseverantes de la “identidad de Fisher” (P.t=M.v) que sobre ésa base y suponiendo que la velocidad del dinero y la cantidad de transacciones son constantes, señalan como responsable de ella (la inflación) a la “maldita” cantidad de dinero y se avocan con particular valentía (yo diría ensañamiento) a tratar por todos los medios de evitar la expansión monetaria. Para ello se valen de un instrumento letal en una supuesta estrategia de promover inversiones, crear empleos decentes y genuinos y así combatir la pobreza: la tasa de interés.

Crean para ello instrumentos, que denominan de absorción monetaria, cuyas consecuencias profundizan uno los problemas estructurales de la Argentina para encontrar el sendero del desarrollo: la inversión.

Pero no esta tan mal, generan especulación a o más atildadamente: una especulación financiera de una magnitud insondable llamada con el pomposo título de “carry-trade” que genera tasas de ganancias en dólares candidatas al Guiness y que a la luz de los últimos acontecimientos en materia de tipo de cambio, explicaría el porque la periodista de WSJ pintó un panorama de singular debilidad respecto del Gobierno de Macri.

Pero no hay como los tozudos, los que confunden rigurosidad teórica con soberbia y porque no decirlo “mala práxis”: ya en el debate económico, y nada menos que de la mano de Lord Keynes, quedó demostrado que la identidad de Fisher es un jueguito incapaz de explicar la tautología de la suba generalizada de precios derivada del aumento generalizado de los precios.

Pareciera que la avidez por disponer de dinero es un vicio que debe ser combatido aumentando su precio. Lo mismo hacen para combatir el tabaquismo: suben el precio de los cigarrillos, limitan áreas para hacerlo, restringen libertades bajo el supuesto que el encarecimiento de un bien, alejara a los “viciosos” de él. Fracaso, Lo intentaron con el alcohol, la consecuencia fue no sólo que se incremento el consumo, se desarrolló un sector industrial de importante fortaleza y a la vez, se segmento el mercado: los ricos, toman alcohol añejado y de calidad y la pobreza: tetra-brik.

Parece que del mismo modo operan con la demanda de dinero: a los poderosos les permiten el juego del “carry-trade” con el argumento de restringir la avidez de dinero y a los pobres los envía a mutuales que les cobran siderales intereses para satisfacer lo que, para los “apóstoles de Fisher” una demanda de dinero que no deberían tener. Para estos irrecuperables dinero-dependientes, el próximo paso debería ser un “gulag” para que allí custodiados no demanden ése odioso dinero que genera inflación. Un absurdo

Pero el BCRA hace con su autonomía “lo que quiere” cualquier signo de disciplina por la política pública resulta un escándalo mayor, mientras tanto su sistema de decisiones más que guiarse por la política económica se guía por las expectativas, el “masomenismo” de un grupo de elite de consultoras que se cristaliza en el Relevamiento de Expectativas de Mercado.

¿Puede la tasa de política monetaria que definirá el sendero de desarrollo económico o no estar sujeta a la opinión de este cenáculo de sabiondos?

Pero no termina allí el ejercicio de los predicadores de la tautología.

Hay quienes sostienen que el problema se concentra en las expectativas, sean adaptativas o racionales. Como su propio nombre lo señala las expectativas reflejan una creencia, religiosa o económica, respecto de cuál ha de ser mi futuro o el de la sociedad.

Más aún, las expectativas “racionales” se fundan en complejos cálculos estadísticos y probabilísticos cargados de supuestos no revelados y con cláusulas “ceteris paribus” secretísimas.

Pero mientras tanto, como señalamos el BCRA ausculta las expectativas, el propio Poder Ejecutivo Nacional hace públicas las propias y a falta de todas estas apuestas aparece que la diferencia entre las “creencias” (porque todas no son más que actos de fe) la necesidad de establecer la volatilidad de las mismas. Nuevamente aparece el modelo neo-clásico capaz de medir absolutamente todo y ponen sus computadoras a calcular varianzas.

Basadas en esas ciencias probalísticas y cabuleras, el capitalista cuya única expectativa es ganar y no sólo eso, sino ganar más hoy que ayer y mañana más que hoy.

Ese “actor protagonista” que no es otro que el capitalista, aquel que Quesnay definió como el que anticipa el capital para iniciar una y otra vez el ciclo de la producción, distribución, cambio y consumo (podemos incorporar la visión shumpeteriana de asociar el consumo con la “destrucción creativa”) tiene una dinámica tal que nada tiene que ver con ese afán neo-clásico cabulero.

En relación a que los trabajadores también deben ser considerados, pero no, controversial o no, los trabajadores son “actores de reparto”, al igual que otros factores de producción) del constante proceso de concentración y centralización del capital y es en ése contexto donde la inflación como “hecho económico” representa el modo en que la dinámica capitalista -crisis mediante- despega el campo de aquellos que por las más diversas razones propias o impropias, deben abandonar el “terreno de juego” y buscar nuevas formas de retornar o no a él.

Como está ya ampliamente demostrado el precio es fijado, en todos los casos por el más ineficiente, por el productor menos productivo y ése precio se mantiene hasta el momento que quien ha desarrollado productividad mediante la inyección de formas ampliadas de capital toma la decisión de “despegar el mercado”.

Mientras tanto dada su capacidad controla el mercado y absorbe vía las diferenciales de precio un super-plus que precisamente contribuye a consolidar su posición dominante, hasta que, en un punto la propia dinámica del capital expresada en su rentabilidad impulsa un proceso contractivo y aunque ese movimiento no implique una reducción inmediata de los precios, ese proceso comienza a generar un “espectáculo” de retroceso de la denominada “inflación” que puede ser más rápido o más restringido, pero que pone en evidencia que hay una nueva relación de fuerzas.

Ahora bien, ¿qué determina la velocidad de reacomodamiento de los precios?

Es el Estado, en todas sus jurisdicciones, y el modo en que éstos instrumentan determinadas políticas públicas, y esas decisiones cuando lejos de ser procíclicas dan paso a contradicciones, dudas, quienes deben tomar decisiones en términos de nuevas inversiones o la incorporación de innovaciones, o reorganizaciones productivas, hacen uso de su posición dominante en términos de control sobre el nivel de precios, y atenúan el proceso al que dio en llamarse “desinflación”.

En suma, la cuestión “inflacionaria” no es ni un problema monetario, ni tampoco una cuestión de expectativas, ni ninguna de esas cabriolas del pensamiento neo clásico. La cuestión no es ni más ni menos que el reflejo del modo que las fracciones del capital “leen” la dinámica del mercado local y regional, dado que no es de menor importancia las interrelaciones de los mercados en la realización de la tasa de ganancia que el capital requiere ante cada circunstancia.

Una última referencia dedicada a los “actores de reparto”: nunca los salarios son parte del problema o inductores de los procesos denominados “inflacionarios”. El capital siempre posee la capacidad de, vía la inteligencia y la creatividad, de sobre-compensar los costos laborales en cualquiera de sus expresiones.



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