27 septiembre 2006

¿NUEVAMENTE LA POLÍTICA DEL TERO?[1]

Si algo caracterizó a los “famosos años 90” en el ámbito del desarrollo empresario es la apari­ción de un discurso multifacético y polifuncional en materia de análisis y evaluación de la evo­lución de las empresas.

Cientos de visitantes del exterior dieron miles de conferencias, el Estado (en sus diversos ni­veles) invirtió fuertes presupuestos para instaurar un paradigma que pretendía hacernos creer que las leyes del desarrollo capitalista habían cambiado y que ahora lo importante era desarro­llar una imagen empresaria rodeada de simpatía y buena onda. Quienes nos opusimos a tales dislates fuimos catalogados de “dramáticos” “pesimistas”, tipos a los que había que ralear por su antipatía y mala onda.

Despertar del sueño le costo – y aún paga el precio- un tremendo dolor. Las quiebras y cierres silenciosos –y no tanto- fueron diezmando el aparato productivo, desarticulándolo, destruyendo habilidades, capacidades y conocimientos –algunos-imposibles de recuperar.

La Nación quedó al borde del colapso y su integridad fue puesta en juego a un costo altísimo. Para algunos fue repentino y parece que aún no salen de su sorpresa. Para otros no fue más que la consecuencia de una sociedad que prefirió mayoritariamente creer que existen recetas económicas mágicas -llámense convertibilidad o hiperdevaluaciones, -, en lugar de aceptar o renegar de la cuestión central que es la dinámica capitalista.

Quienes señalan que la elección del camino no es tan brutal, imaginan soluciones que asignan un rol al Estado que para su ejercicio debe cargarse de superpoderes y estar dispuesto a ejer­cerlos de modo estricto e independiente de la rendición de cuentas. No por nada en la historia económica al keynesianismo –teoría económica de alto prestigio entre quienes formulan éstas ideas- se lo conoce como la “teoría económica del fascismo”, modelo del que la sociedad ar­gentina declama querer huir.

Pero el capitalismo es un modelo de desarrollo histórico y social que tiene un único norte: la rentabilidad y ésta de ninguna manera es un hecho puntual (stock) sino un flujo permanente, que debe ser imperativamente consistente y sustentable a lo largo del tiempo.

Es por ello que la rentabilidad está inmediatamente asociada con su inmediata reinversión, como modo de ampliar el ciclo y alcance del desarrollo capitalista. Por eso no es neutra la in­formación sobre el crecimiento, a tasas sorprendentes, de la denominada “industria de la cons­trucción”.

El desvío de las utilidades empresarias hacia “los ladrillos” y no hacia “los fierros”, no es una buena señal. La inmovilización de capital supone restarle al flujo económico parte importante de contenido, de su masa crítica, implica ponerle límites y condiciones.

Muchos analistas no se preguntan porqué crece más la construcción que la ampliación del parque productivo y la renovación de las máquinas y equipo de producción. Cuáles son las razones por las que las ganancias de las empresas se desvían a los “seguros ladrillos” y no a ampliar, renovar y modernizar el equipo productivo.

La razón parece estar en la baja confiabilidad respecto del futuro o en una baja credibilidad sobre sus propias posibilidades y sobre su capacidad de crecer. No se trata de una diversificación de riesgo. Se trata de un recorte al capital comprometido en la empresa industrial.

Diversas señales indican que las tasas de crecimiento de la industria que se exhiben no son sustentables en el tiempo y que, los discursos espasmódicos
[2] en materia de política industrial en nada contribuyen a que el excelente desempeño actual se consolide.

Así, y sólo a modo de ejemplo, las altas tasas de crecimiento industrial de los últimos meses se explican por la nebulosa en que se encuentra la situación energética. La respuesta a las indefi­niciones es anticipar el ciclo productivo e incrementar los inventarios para enfrentar posibles paros de planta obligados. Pero eso es “pan para hoy y hambre para mañana”. Podríamos continuar enumerando: Ley de Riesgos del Trabajo, dislates la política tributaria municipal, fallos judiciales en materia laboral erráticos, un sistema educativo que esta más preocupado por la educación sexual que por la formación de técnicos y oficios, etc.

Lo cierto es que, en la Argentina, la tasa de rentabilidad, pese a la “mejora” que declaran mu­chos ha comenzado a caer.

Algunos hablan de paradoja. La situación es relativamente sencilla de comprender. Muchas veces en diversas reuniones con empresarios hemos señalado la necesidad de ver la Empresa como un proyecto y esa visión lleva a concluir que muchas veces “vender más” es reproducir a escala cada vez más amplia costos de producción ocultos, ineficiencias varias no cuantificadas, etc y, entonces, la “situación de mejora” que se percibe y se grafica con las cifras de venta, son meras ilusiones, visiones deformadas de una realidad que se evidencia con la caída de la ren­tabilidad de las empresas.
Un relevamiento hecho por una importante empresa de auditoria detalla que el 39,8% de los consultados admitió que la rentabilidad de su empresa cayó en el último año, y esta situación es la que importa.

Es esta la que describe el sendero a recorrer. Sin rentabilidad no habrá más y mejores empleo, sin rentabilidad, se habrán de postergar planes de inversión y modernización.

Pese a esto, el Informe también señala que "los empresarios continúan con una visión opti­mista no sólo respecto de la situación económica en el pasado reciente, sino también frente a los próximos trimestres".
Mientras tanto, los costos siguen siendo crecientes, sea por las cuestiones laborales, por más más conflictividad judicial, por los interrogantes en materia energética y por algunos aspectos de la ley de riesgos del trabajo a los que hay que sumarle la presión fiscal creciente en materia municipal y provincial ligada a la aparición del déficit de caja.
Como se dice en la jerga profesional, "la inversión tiene más que ver con la película que con la foto” o mejor dicho, la inversión, como señalamos, depende del flujo de rentabilidad que la empresa es capaz de generar.

No queremos fatigar con cifras y análisis, sólo debe tenerse presente que más allá de los dis­cursos, desde 1998 la participación de la incorporación de máquinas y equipo de producción en el PBI paso del 8,9% en 1998 al 7,6% en el primer semestre de 2006.

Y esta tendencia es la que debe preocupar. Si ésta no cambia, estaremos frente a un “parque productivo” de peor calidad tecnológica tanto por el paso del tiempo como por la propia obso­lescencia tecnológica y las tasas actuales pasaran a repetir viejas historias que deseamos hayan quedado en el pasado.

El Presidente invitó, en su última gira por EEUU, a invertir en la Argentina porque "va a haber ganancias y rentabilidad cada vez más altas"
[3]. Mucho más cerca, con menos brillo, los Industriales Argentinos esperamos que las promesas presidenciales nos alcancen y que sus funcionarios trabajen para hacerlas realidad.

27 de septiembre de 2006


Lic. Carlos Guillermo Schwartzer
Economista

[1] En referencia al modo en que éste pájaro, que es el ave elegida como representante de nuestra tierra, defiende su nido y sus crías: en un lado pega el grito y en otro pone los huevos.
[2] Pese a la retórica, no existe ningún instrumento de promoción de inversiones y la medida administrativa de crear una Agencia de Desarrollo de Inversiones apunta más a captar inversiones extranjeras en la exploración y explotación de petroleo que la instalación, ampliación y modernización de las industrias existentes.
[3] Cena del Presidente Kirchner con el Consejo de las Américas (Nueva Cork - 21/09/2009) donde también hizo explicito su interés en que los empresarios allí presentes “ganen mucho dinero" en la Argentina

09 junio 2006

Perspectivas de mitad de año: El vaso sólo esta medio lleno

Las economías capitalistas tienen un único modo de medir el éxito o el fracaso. Los economistas lo denominamos, de modo genérico, la dinámica de la acumulación de capital, y aunque muchos la asocien a la dinámica de la inversión – sea en bienes de uso, tecnología, I+D, capacidad de innovación, desarro­llo educativo u otras formas de incrementar el acervo sea de modo cuantitativo o cualitativo, lo cierto es que la acumulación de capital no es sólo una cuestión de incremento del Producto Bruto Interno
[1] o de las expresiones optimistas respecto del uso de la capacidad productiva o de la actividad económica y obviamente, se mide por los anuncios, sino por la efectivamente realizada.

En Argentina, el discurso político se ha aferrado a enumerar mes a mes las bondades de un conjunto de indicadores que parecen reflejar un bienestar general irrefutable, una suerte de “new deal” que pone a quienes lo objetan, critican o limitan en el campo de los adversarios o de los necios, pero lo cierto es que mes tras mes, la contra cara de la realidad es el incremento sistemático de la importación de bienes de consumo final ( el incremento de los bienes de consumo intermedio deberían ser sometidos a un análisis de cuanto es el valor agregado nacional incorporado a ese situación “intermedia” o si realmente encubren el aditamento de una operación de “finísh” para obtener la etiqueta de origen MERCOSUR)

En los últimos tiempos y, con lenguaje mesurado, algunos referentes políticos, económicos, sociales e incluso desde lo confesional han mostrado señales de pre­ocupación respecto de una cuestión muy específica de los procesos de acumulación de capital: las cues­tiones institucionales y su nivel de calidad.

Como señalamos, el éxito o fracaso de una economía capitalista se mide por el ritmo de la acumulación de capital, y en éste punto la literatura económica agrega un aspecto sustantivo a considerar: la acumu­lación debe darse en las esfera de lo denominado productivo, es decir, ni más ni menos en aquellos sectores o en aquellos rubros capaces de producir y reproducir la rentabilidad en escala ampliada. Si éste proceso muestra debilidades o amenazas, estamos en problemas.

En éste punto nos preguntamos, ¿el proceso de acumulación de capital se desenvuelve en la Argentina conforme lo requiere la dinámica del desarrollo capitalista ó esta sometido a un conjunto de amenazas que lo hacen no sustentable y las debilidades que aparecen lejos de ser abordadas con decisión son postergadas sin plazo?

Nuestra respuesta se formula en términos de preguntas a nuestros lectores.

¿Cuáles son los argumentos de su rentabilidad? ¿Es ésta igual, menor o mayor que hace 2 años? ¿El nivel de rentabilidad permite una adecuada modernización de su equipo productivo incorporando tecnologías que lo fortalecen frente a sus competidores? ¿ha podido mejorar el nivel de los salarios de sus trabaja­dores sin que ello haya interferido en su nivel de acumulación de capital? ¿las mayores ventas que segu­ramente Ud logró con una mayor eficiencia productiva fortalecieron su rentabilidad o si bien ésta se mantuvo en términos absolutos y la contribución por unidad vendida fue menor que antes? ¿Amplió su estructura productiva? ¿la importación de celulares incluida en el rubro “bienes de capital” puede ser computada como un incremento de la inversión? ¿Pudo sostener o incrementar su fondo de reserva o el tan mentado “colchón de rentabilidad”?. ¿Si Ud proyecta los resultados de su Empresa desde 1998 a la fecha, cuantos años de rentabilidad positiva y cuantos de negativa tuvo? ¿Cuál es el resultado?

Estas y otras preguntas son las que definen si realmente estamos frente a mera recuperación, lógica después de más de 4 años de una profunda depresión
[2] o sí, hemos llegado a un punto de inflexión en el que, según el tenor de las decisiones que se tomen, aparece nuevamente el riesgo de repetir modelos que nada tienen que ver con la sustentabilidad de la acumulación de capital.

En nuestra visión dicho proceso carece de sustento y los indicadores que se dan a conocer preocupan más aún y son una señal de alerta para las PYMI
[3] en particular para aquellas muy relacionadas con Empre­sas grandes sujetas a los “controles” en materia de precios, sea porque han suscripto convenios o porque están en la mira gubernamental. Cuando las políticas públicas accionan sobre la rentabilidad de las Empresas se inicia un proceso de transferencia regresiva de de ésta y se induce un proceso de con­centración y centralización que deja a las más débiles fuera de juego.

Nadie duda de que estamos frente a un verdadero “boom” de la construcción, pero ¿Cuál es el aporte a la reproducción capitalista de la construcción que apila ladrillos en los barrios más caros de Buenos Aires?. Se menciona que existe una gran industria asociada. Es cierto, pero se trata de un mecanismo endogámico que no aporta a la competitividad de la economía en su conjunto, y que como contra cara genera una renta que muy remotamente se transforma en capital.

El consumo parece no encontrar techo, y mes a mes, enmienda la plana de los que tenemos una mirada distinta. Sin embargo, cada día se genera un nuevo instrumento para el endeudamiento de quienes dis­ponen de empleos formales mientras quienes trabajan en la informalidad participan de modo muy margi­nal en ésta explosión consumista
[4].

Surge, entonces la pregunta, ¿puede ser sustentable una economía sin un mercado interno poderoso, dinámico, capaz de demandar productos modernos, novedosos y funcionales y no sólo aquellos que hacen a la subsistencia? ¿Qué opinión nos merece la necesidad gubernamental de acordar una canasta de 16 productos vitales destinada a nuestros conciudadanos más pobres?
Es correcto mirar la competitividad de la economía argentina, observando la evolución de las exporta­ciones, pero, y siempre pero, ¿Qué exportamos?. Ya en 1870, en un muy famoso y temprano debate sobre la denominada tarifa aduanera, Carlos Pellegrini advirtió que sin una política industrial seriamos “meros exportadores de pasto”. La visión conmueve y nos exime de argumentar. El 70% de las exporta­ciones son Manufacturas de Origen Agropecuario (32%), Productos Primarios (20%) y Combustibles y Energía (18%).

Si la política pública no logra crear el marco institucional que permita que las respuestas empresarias se expresen en el desarrollo y fortalecimiento de sus estructuras de capital de modo sustentable, corremos el riesgo de repetir viejos y malos hábitos que nos llevaron a mutar el optimismo en apenas horas.
[1] Una buena medida de nuestra situación la daría poder evaluar el comportamiento del Producto Neto Nacional, es decir cuando consideramos los resultados de la balanza de pagos y restamos las amortizaciones del equipo de producción. Pero oficialmente el valor de ésta variable no se publica y si existen estimaciones privadas, por diversas razones se prefiere mantenerlas en privado.
[2] Segundo semestre de 1998 hasta fines del 2002
[3] La especificidad de la referencia tiene que con que las PYME incluye la cuestión comercial y éstas parecen ser indiferentes a la suerte de la Pequeña y Mediana Empresa Industrial, en tanto su único objetivo es la venta, que en su visión de corto plazo, hace irrelevante el origen de los bienes que transa
[4] Notese que nos referimos a “empleos formales” y a “trabajos informales” para denotar situaciones bien distintas en la calidad de las relaciones laborales

02 marzo 2006

POLITICA MONETARIA: EL ETERNO RETORNO A LA ORTODOXIA

POLITICA MONETARIA: EL ETERNO RETORNO A LA ORTODOXIA

En publicaciones anteriores, señalamos que por detrás del discurso progresista, que algunos llaman erróneamente populista, se encuentra una política económica cuya estructura ideológica es absolutamente regresiva y que fue soporte de las dictaduras militares que ensombrecieron la historia instalando un dolor perpetuo en la sociedad.
Decíamos, en relación a algunas medidas cambiarias que por detrás estaba “Nada más ni nada menos que el enfoque más denostado por el propio John Maynard Keynes ( de quienes se dicen tributarios los diseñadores de la política económica): la teoría cuantitativa del dinero que los “teó­ricos” que la cultivan sintetizan en una identidad o expresión tautológica que dice que la cantidad de dinero (M) multiplicada por la velocidad de circulación del dinero (V) es idéntica (ellos sueñan con la igualdad) al nivel general de precios (P) multiplicada por la cantidad de transacciones (T) que se desarrollan en una economía.”

Y continuábamos:

“A partir de allí y bajo el supuesto de que la cantidad de transacciones y la velocidad de circulación del di­nero son constantes, señalan que todo aumento en la cantidad de dinero se transmite completo al nivel general de precios. Necesitan, en consecuencia, a toda costa “mover” unos de los argumentos de la con­cepción ideológica (la teoría es algo más serio y riguroso) que respalda la política monetaria sustentada. Y eligieron “T” (cantidad de transacciones), porque según ésta concepción ideológica allí se representa la “oferta de bienes y servicios”, independientemente de su origen, sea nacional o importado.”

“Es por eso que están más que atentos al nivel de inversiones que podría ampliar el volumen físico de pro­ducción (pero no inmediatamente la cantidad de transacciones en tanto la tecnología que se incorpora es, en general, ahorradora de mano de obra motivo por el cual no “mueve “T” de modo automático) o, tal como sucede, dado que debe incrementarse la oferta, sino se produce localmente o hay limitaciones (no se ana­liza el porqué) se debe incrementar la importación de bienes. Después de todo para ésta visión, el origen es lo de menos.”

Pero el desarrollo de los acontecimientos – la inversión, si existe, no tiene efectos instantáneos y el consumo parece haber entrado en una meseta que los bateleros del optimismo tarde o temprano deberán reconocer.
El que si ya reconoció que la “teoría cuantitativa del dinero” (conocida en la profesión como Identidad de Fisher) no admite heterodoxia y reclama sí, una estricta disciplina primero monetaria y finalmente social.

Es por ello que lisa y llanamente el Banco Central (BCRA) tiene prácticamente decidido subir los encajes.

El encaje o efectivo mínimo es la proporción de fondos que deben inmovilizar los bancos por cada depósito que captan del público; una suerte de "colchón de liquidez" ante eventuales retiros de fondos y que implica “esterilizar” dinero, es decir si la velocidad (V) y la cantidad de transacciones (T) no aportan y tal como señala la “teoría” son constantes en el corto plazo, el Banco Central ha tomado la drástica medida de disminuir la variable M ( es decir la cantidad de dinero) para controlar, esa es la ilusión, la variable P ( nivel general de precios).

Elevar tres puntos el encaje de cajas de ahorro, cuentas corrientes y otras colocaciones a la vista implica esterilizar unos $ 1.900 millones adicionales a los existentes (o un total de aproximadamente $ 11.000 millones).

Lo que no dicen es que, esa esterilización de dinero por parte de los Bancos no es gratuita, no es un aporte patriótico. Tiene costo. Los encajes, desde la época de Martínez de Hoz, son remunerados. La tasa actual es del 2,55% anual y la erogación no está computada en el Presupuesto Nacional, por lo que se la denomina “déficit cuasi fiscal” y la cuenta que contabiliza éste dislate ortodoxo, se la conoce como Cuenta de Regulación Monetaria, que pese a los malabares discursivos termina convirtiéndose en una “bola de nieve”.

Se utilizaron divisas para cancelar una deuda que como mínimo era ilegitima, sin quita, en lugar de destinarlos a desarrollar un amplio programa de acumulación de capital liderado por las PYME. Ahora, en el altar de la ortodoxia monetaria, se volverá a mutilar las oportunidades de desarrollo y fortalecimiento de las PYME, porque la tasa de interés habrá de aumentar y porque nuevamente los bancos habrán de priorizar los crédito de rápida rotación (como los personales) en lugar de las financiaciones de largo plazo a las empresas.

El hombre es el único mamífero que tropieza dos veces con la misma piedra. Los argentinos nos encaminamos a un nuevo record: nos tropezaremos por enésima vez con la piedra y como “bonus track” También chocaremos con la montaña.
POLITICA ECONOMICA: LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS
(Publicado originalmente el 21 de febrero de 2006)
La estrategia económica tiene dos pilares indiscutibles: tipo de cambio alto y superávit fiscal.
El tipo de cambio alto, contribuye, según esta visión, a la protección de la industria nacional que tiene allí una barrera que protege el mercado interno y simultáneamente, le genera una adecuada competitividad para cuando exporta.
Lo que no dice es que esa política de tipo de cambio es el fundamento de un doloroso record que debe computar el “progresismo” gubernamental y su “preocupación” por la gente: la regresiva distribución del ingreso que ha puesto una insoportable distancia entre una minoría muy rica y una mayoría extremada­mente pobre. La miopía de la política económica no puede ver éste escándalo que pone en riesgo la convi­vencia democrática.
Sin embargo, la política económica, como ha sucedido a lo largo de la historia argentina, es paradojal, siendo éste rasgo el que limita de modo estructural el desarrollo de una dinámica de acumulación que de fundamento a un sistema productivo moderno e inclusivo.
La incongruencia se refleja en la condena a los “90” como artífices de todos los males mientras se sostienen sin cambio las políticas más impopulares: entre ellas el impuesto a las transacciones financieras, ganancia presunta y mínimos no imponibles que convierten en contribuyentes a quienes perciben salarios apenas por encima de la línea de pobreza. Se decide promover la inversión pero no se permite el ajuste por inflación que la limita.
La novedad (sutil, pero indicador de la línea de pensamiento de las ideas económicas del Gobierno) es que, para mantener el tipo de cambio (peso / dólar) en una banda entre $3,05 y $3,10 los esfuerzos del Banco Central no alcanza y requiere que otros posibles demandantes se muestren más activos, porque en la visión conceptual de quienes diseñan la política monetaria, la expansión monetaria que genera la compra unilate­ral de divisas (dólares) es un argumento que promueve la inflación.
Que hay, en primer lugar detrás de ésta concepción.
Nada más ni nada menos que el enfoque más denostado por el propio John Maynard Keynes ( de quienes se dicen tributarios los diseñadores de la política económica): la teoría cuantitativa del dinero que los “teó­ricos” que la cultivan sintetizan en una identidad o expresión tautológica que dice que la cantidad de dinero (M) multiplicada por la velocidad de circulación del dinero (V) es idéntica (ellos sueñan con la igualdad) al nivel general de precios (P) multiplicada por la cantidad de transacciones (T) que se desarrollan en una economía.
A partir de allí y bajo el supuesto de que la cantidad de transacciones y la velocidad de circulación del di­nero son constantes, señalan que todo aumento en la cantidad de dinero se transmite completo al nivel general de precios. Necesitan, en consecuencia, a toda costa “mover” unos de los argumentos de la con­cepción ideológica (la teoría es algo más serio y riguroso) que respalda la política monetaria sustentada. Y eligieron “T” (cantidad de transacciones), porque según ésta concepción ideológica allí se representa la “oferta de bienes y servicios”, independientemente de su origen, sea nacional o importado.
Es por eso que están más que atentos al nivel de inversiones que podría ampliar el volumen físico de pro­ducción (pero no inmediatamente la cantidad de transacciones en tanto la tecnología que se incorpora es, en general, ahorradora de mano de obra motivo por el cual no “mueve “T” de modo automático) o, tal como sucede, dado que debe incrementarse la oferta, sino se produce localmente o hay limitaciones (no se ana­liza el porqué) se debe incrementar la importación de bienes. Después de todo para ésta visión, el origen es lo de menos.
En la historia argentina ésta teoría estuvo en todos y cada uno de los fracasos y fue el telón de fondos de las políticas económicas de las dictaduras militares, como en el caso de Martínez de Hoz y su compincha Guillermo W Klein más su ingeniero monetario en el Banco Central: Adolfo Diz.
Por eso no llama la atención que el Banco Central mediante la comunicación "A" 4496, la autoridad moneta­ria dispusiera suspender el punto 1 de la Comunicación "A" 4385, donde se indicaba que el acceso al Mercado Unico y Libre de Cambios para efectuar pagos por compras de bienes de consumo y uso final de­bía efectuarse en forma anticipada, o antes de los 30 días corridos posteriores a la fecha del despacho a plaza de los bienes, o de su ingreso a la zona franca (ZFI). Además, la norma suspendida disponía que las financiaciones en moneda extranjera de entidades financieras locales de pagos de importaciones, fondea­das en pasivos externos de la entidad local, "no podrán exceder el plazo máximo establecido para el acceso al mercado de cambios para el pago de estos bienes".
De ésta manera la autoridad monetaria pide “ayuda” a los importadores y a los bancos para que accedan al mercado de cambios a demandar dólares para sostener el tipo de cambio que se le esta yendo de las ma­nos y genera, en la visión miope de la denominada “teoría cuantitativa del dinero”, presiones inflacionarias. Como aliciente los libera del costo financiero –y obviamente las dificultades para acceder al financiamiento - de anticipar la compra de divisas y facilita, por ésta vía, la importación de bienes de consumo y uso final, es decir, incrementa el valor de “T” que en la ilusión ideológica debe compensar (o sobre compensar) la emi­sión de pesos para la compra de dólares.
En los hechos, y aunque la medida cambiaria parece extremadamente sutil, se sacrifica a la industria nacio­nal en el altar de una política monetaria de corte reaccionario y se protege un tipo de cambio que le permite al complejo agroindustrial y a los negocios petroleros mantener una rentabilidad inalterable.
Finalmente, y como siempre, la gran perjudicada de ésta “silenciosa e imperceptible decisión invisible a los ojos” es la PYME – fundamento estratégico de la Industria Nacional, que habrá de enfrentar ahora a un sector importador con mejores posibilidades mientras que sus condiciones de desarrollo y fortalecimiento continuaran en “boca de todos pero en manos de nadie” como decía un importante dirigente empresario.


12 febrero 2006

SUPERAVIT FISCAL:CON SANGRE, SUDOR Y LAGRIMAS
Publicado originalmente el 21/01/2006
En general, los analistas económicos, muchas veces personajes de la profesión, tienden a mirar los números agregados y establecer la funcionalidad o no de las políticas económicas que se instrumentan.

Lejos están éstos colegas de recordar que el principal objetivo de la ciencia que profesan es el logro del bienestar general, siendo bienestar general el acceso a un conjunto de bienes, servicios y estadios que inscriptos en la Constitución Nacional permiten garantizar la organización y reproducción de la sociedad en el marco de la democracia.

La mirada sobre los resultados agregados encubre una enorme desigualdad social que muy lejos está de contribuir a la sustentabilidad y consistencia de la vida en democracia.

Señalar sin hesitación que las cuentas públicas registraron en 2005 un superávit financiero de 9.481 millones de pesos equivalente al 1,77% del Producto Bruto Interno, y que éste resultado significó un superávit primario -previo el pago de intereses de la deuda- fue de 19.661 millones de pesos, alrededor de 3,7% del PBI, similar al que se había obtenido en 2004, superior en $ 1.335 millones al calculado por el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, al presentar el proyecto de presupuesto nacional para 2006 puede no decir nada sino nos formuláramos la pregunta maldita: ¿Quiénes, como y cuando aportan a la constitución de esos números tan cercanos a los reclamado por el FMI?

Para ello, las noticias que provienen de la autoridad económica nacional deberían ser desagregadas de modo tal que con racionalidad y transparencia los ciudadanos tomen nota de sí o no, la deuda externa se está pagando o no con “la sangre, sudor y lagrimas”
[1] de los sectores más débiles y expuestos de la sociedad.

Cruzar la matriz de recaudación con éstos resultados espectaculares pondrá en evidencia que los impuestos indirectos (IVA, Impuesto las Transacciones Financieras, Combustibles, etc.) que castigan a quienes más altos porcentajes de sus ingresos dedican al consumo son la “columna vertebral” de éste enorme esfuerzo nacional.

Simultáneamente, la política económica, intenta mostrar que pretende un cambio en materia de la actual estructura tributaria regresiva que castiga a quiénes menos tienen. Convalidando sin inmutarse las decisiones de aquellos a quienes acusa de responsables del fracaso, sostiene mínimos no imponibles en materia del Impuesto a las Ganancias y otros impuestos (como Bienes Personales) que implican un duro castigo a los sectores medios, también alcanzados por la regresividad impositiva de los impuestos indirectos.

En suma, sin nos preguntamos, emulando al revitalizado Keynes. ¿Quién pagará la deuda?, la respuesta, al mejor estilo de Winston Churchill, es “la sangre, sudor y lágrimas” de los sectores populares quienes de una u otra manera aportan de modo sostenido y permanente a la continuidad democrática, lejos estamos de emular la respuesta del “vasco” Pellegrini cuando una crisis similar amenazaba, según el Dr Del Carril, con “inscribir a la Argentinas en libro negro de los insolventes”:

En aquella oportunidad el entonces Vicepresidente les señaló a los beneficiarios del modelo agro exportador que “mejor era poner algo que perderlo todo”.

Las palabras sobran. Como el precepto evangélico, “por los hechos los conoceréis”.
[1] La referencia churchiliana viene a cuento porque la respuesta keynesiana fue que esa sangre, ese sudor y esas lágrimas debían provenir del pueblo ingles mediante el artilugio de un “poquito de inflación”.